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Elfman en Londres Por Gorka Cornejo |
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Danny Elfman ofreció el pasado 7 de octubre el primero de una serie de conciertos centrados en su colaboración con Tim Burton. El formato tendrá su gran formulación el próximo 31 de octubre, noche de Halloween, en el Nokia Theatre de Los Angeles, sin embargo ha sido ensayado primero en el Reino Unido en una mini-gira de cuatro conciertos. El Royal Albert Hall de Londres se llenó de góticos, extraños seres maquillados, muñecos de Jack Skelleton y algún que otro aficionado a la música. John Mauceri, experimentado director de orquesta al que debemos, por ejemplo, la grabación de esa joya elfmaniana llamada “Serenada Schizophrana”, dirigía a la BBC Concert Orchestra y al coro Maida Vale Singers. Una pantalla coronaba el escenario, donde se proyectarían fragmentos (pocos) de las películas incluidas en el programa y bocetos dibujados por el propio Burton, algo que durante el concierto se convertiría en motivo de distracción más que en un recurso ilustrativo complementario.
Entre los atractivos de la noche, había uno muy especial: la presencia del propio Elfman interpretando canciones de su magnum opus “The Nightmare Before Christmas”, prometía grandes momentos musicales y extramusicales. La limitación del programa a las películas de Burton no tendría que haber supuesto ningún problema, aunque a muchos nos hubiera gustado un concierto más abierto y variado, y sin embargo acabó siendo uno de los defectos que lastraron el evento. Una de las características de Elfman como músico de cine es su dispersión estructural; si repasamos su filmografía nos encontraremos con pocos bloques perfectamente aislables y reproducibles en concierto. Se hacen pues necesarios arreglos que conviertan una partitura dispersa en un discurso autosuficiente en concierto. En el caso de algunas de las partituras incluidas en el programa, no cabía duda de su pertinencia; otras sin embargo dependían mucho del material escogido y del trabajo de arreglos que Elfman hubiera desempeñado, así como de la calidad de la interpretación, pues son músicas complicadas de llevar al directo, muchas suenan como suenan en sus respectivas películas porque hay un ingente trabajo de mezclas que permite que unos instrumentos determinados se oigan por encima de otros y que el conjunto resulte poderoso.
Pero la noche del 7 de octubre, uno de los factores esenciales para el éxito del concierto no funcionó. Los esfuerzos de la orquesta, de cuya calidad no cabe duda, por lograr la nitidez interpretativa que la música requería resultaron totalmente inútiles y progresivamente decepcionantes. Del escenario brotaba un muro de sonido compacto, indiscernible, obtuso, que las intervenciones del coro, las ocasionales bases electrónicas, los gemidos del theremin o los seis percusionistas que flanqueaban a la formación convertían en un cafarnaún. Los más perjudicados fueron las maderas y algunos metales solistas, literalmente ahogados por la masa acústica amplificada y el eco propio del Albert Hall.
Este gigantesco problema provocó una reacción en cadena. Con unos intérpretes asordinados, ante los ojos penetrantes de un Albert Hall demasiado grande, la música no pudo apenas decir nada. Elfman había preparado concienzudamente una serie de suites, cometiendo errores de bulto, como se verá, pero sin duda pensando en la efectividad del discurso, la lógica de cada partitura, la cohesión del conjunto. Poco de todo esto, y más bien sólo los defectos, pudo ser comunicado al oyente. Pero de entre ellos habría también que distinguir a los que parecían no importarles nada, pues eran mayoría. Eran los mismos que arrancaban en aplausos una vez iniciadas las piezas, cuando leían en la pantalla el nombre de la película en cuestión y ésta resultaba de sus preferidas.
El concierto arrancó con un breve pasaje perteneciente a “Charlie and the Chocolate Factory” acompañado por un popurrí de imágenes desordenadas de las películas de Burton que sirvió de trampolín para saltar al pasado y dar cuenta de las dos primeras colaboraciones entre músico y director, “Pee Wee´s Big Adventure” y “Beetlejuice”, ambas representadas con suites excesivamente largas y prolijas que adelgazaron más la ya de por sí escasa enjundia del material original. Esquivando la progresión cronológica, la orquesta atacó “Sleepy Hollow” con serios problemas de dinámica interna y los primeros síntomas graves del deficiente sonido que acabaría arruinando la noche.
La contundencia de los títulos de crédito de “Mars Attacks!” sonó debilitada, pero el público disfrutaba y reía con los locos bocetos del director y sus divertidos personajes. “Big Fish” pudo ser escuchada en mejores condiciones porque el volumen y grosor de la instrumentación empleada era menor. Sin embargo, fueron más perceptibles los problemas musicales, las bruscas transiciones, cierta repetitividad y una búsqueda demasiado fácil de momentos álgidos que acabaría resultando cansina.
Si sumamos una materia prima no del todo bien escogida y una interpretación saboteada (homogeneizada) por una deficiente mezcla de sonido, nos sale un producto que lejos de celebrar la música de nadie en el cine de nadie clama a los cuatro vientos su inconsistencia. Y su extraordinario parecido entre sí, para más inri. El profano bien pudo marcharse a su casa pensando que Elfman lleva treinta años haciéndole a Burton prácticamente lo mismo cada vez, aseveración no del todo carente de razones pero en rigor injusta.
A la suite que unió las dos entregas de “Batman” le faltó, sin duda, garra e intención. De incomprensible puede describirse la selección del material y su orden. El coro flotó ingrávido en su ejecución del ´Descent into Mistery´, por lo demás huérfano de trompetas; el oboe apenas pudo oírse en el bellísimo pasaje de los créditos finales de “Batman Returns”. Eran pequeñas decepciones que se iban acumulando en el oído del aficionado.
Para comenzar la segunda parte, Elfman había elegido los créditos de “Planet of the Apes”, cuidando de reproducir los numerosos samplers y efectos electrónicos que incorpora la versión original. En la campana de cristal en que se había convertido el Albert Hall la pieza sonó caótica, aburrida. Para entonces ya era evidente que una mezcla de sonido específica para cada tema hubiera sido más difícil y costoso, seguro, pero imprescindible. Mejor sabor de boca dejó la interpretación de “Corpse Bride”, una suite compuesta por los créditos de inicio, el solo de piano de Vincent (en una versión sin la interrupción que sufre en la película) y ´The Wedding Song´.
Ni “Dark Shadows” ni “Frankenweenie” hubieran podido ser distinguidas entre sí de no contar con la ayuda de la pantalla de proyección. Eran páginas y páginas de música que uno repasaba en su cabeza simultáneamente a escucharlas en directo, que pasaban con ligereza, flotantes, incapaces no solo de describir su especificidad en relación a la película sino, y es lo peor, de convencer como música autónoma.
En cuanto la orquesta hizo sonar los primeros compases de la ´Overture´ de “The Nightmare Before Christmas”, el Albert Hall estalló en frenéticos aplausos. Había llegado el gran momento. Tras la introducción orquestal, Mauceri dio pie a la primera de las canciones, el excelente ´Jack´s Lament´. Un pelirrojo extremadamente serio apareció sobre el escenario y el público se volvió loco. Nada pudo escucharse durante los primeros compases de su intervención. A Elfman se le veía nervioso, eran 18 años sin subirse a un escenario, su cuerpo vacilaba entre el estatismo y un torpe bailoteo ondulante; pero poco a poco fue entrando en el personaje, o éste se fue adueñando de él, y ante nuestros ojos el compositor de carne y hueso se transformó en Jack Skelleton, repitiendo sus gestos y movimientos, en una demostración palpable de la total identificación entre ambos y de la extraordinaria importancia que tuvo esta partitura en la vida y carrera de Elfman.
El coro se sumó en ´Jack´s Obsession´, con un Elfman ya más suelto, empezando a disfrutar de la experiencia, tanto que falló por un compás en la entrada de uno de sus versos, pero a estas alturas el público había olvidado por completo (si alguna vez las tuvo) consideraciones críticas o estéticas relativas a la calidad de la ejecución. El tercer número, un vigoroso ´What´s This?´ en sincronía con las imágenes de la película, supuso un verdadero tour de forcé para Elfman, cuya voz no siempre fue inteligible. Para interpretar la maravillosa ´Sally´s Song´, una nueva sorpresa: una Helena Bonham Carter más muerta que viva, fiel a su estilismo y a los films de su marido, saltaba al escenario acompañada por un acordeonista. Ante los aplausos y gritos del respetable, la actriz pedía silencio para poder concentrarse. Su interpretación no fue perfecta, pero el extraordinario parecido de la actriz con el personaje de la muñeca deslavazada creó un efecto muy especial y por ello de agradecer. Una versión breve del bloque orquestal ´Christmas Eve Montage´ y la canción ´Poor Jack´ culminaron la sección dedicada a este clásico contemporáneo.
“Edward Scissorhands”, quizá la partitura burtoniana de más fácil adecuación a la sala de conciertos, naufragó también, por prisa, por querer mostrar todas sus cartas sin atender a la construcción de un relato musical, o desperdiciando la oportunidad de hacerlo. El concertino, eso sí, pudo lucirse en un arreglo extendido de ´Edward the Barber´, cuya habanera se reprodujo esquemática pero deliciosa. El ´grand finale´ no fue tal, sólo un pálido reflejo del que todos recordamos.
Una buena interpretación del espectacular ´Alice´s Theme´ de “Alice in Wonderland” puso punto final al concierto. Y sólo entonces el otro protagonista de la noche hizo acto de presencia: Tim Burton corrió escaleras abajo, abrumado por la imagen que debía de ofrecer el Albert Hall en pie. Compositor y director se fundieron en un largo abrazo que quedará en la retina de los auténticos aficionados allí congregados. Elfman tomó el micrófono y visiblemente emocionado dijo: “gracias a todos por ofrecerme la mejor noche de mi vida”. Todos volvieron dos veces más a recibir aplausos. Elfman no parecía querer irse a casa y como propina remató la noche con la espléndida ´Oogie Boogie´s Song´, con un John Mauceri apropiadamente convertido en Santa Claus (bastó un gorrito rojiblanco) interviniendo en la canción mientras dirigía.
Qué duda cabe de que Danny Elfman merecía otro tipo de concierto, uno que ofreciera su mejor música, dentro y fuera del cine de Burton, uno que pusiera por delante la coherencia, la pertinencia, la variedad del discurso musical. Visto y oído el resultado, hubiera sido mejor, incluso, de haberse quedado en una recreación en vivo de “The Nightmare Before Christmas”. Pero el formato, su viabilidad comercial, obligaba a un enfoque popular que atrajera a tirios y troyanos, porque lo importante era llenar el Albert Hall (y consumir de su barra). Un simple vistazo al programa de mano de la noche (a seis libras y lleno de publicidad) confirma la apuesta de los gestores de este emblemático coliseo por la música de cine: inminentes conciertos dedicados a “Star Trek”, “Gladiator”, “Fantasia”, “The Artist”… un filón que está bien explotar mientras se cuiden los mínimos. El mínimo exigible es y será siempre la calidad de la experiencia musical. Desde este prisma, el de Danny Elfman en el Albert Hall fue un espectáculo pobre y anodino, perfectamente olvidable.
Programa
Parte 1
Charlie and the Chocolate Factory
Pee-Wee´s Big Adventure
Beetlejuice
Sleepy Hollow
Mars Attacks!
Big Fish
Batman / Batman Returns
Parte 2
Planet of the Apes
Tim Burton´s Corpse Bride
Dark Shadows
Frankenweenie
Tim Burton´s The Nightmare Before Christmas
Edward Scissorhands
Alice in Wonderland
Encore
“Oogie Boogie´s Song” (Tim Burton´s The Nightmare Before Christmas)
BBC Concert Orchestra
John Mauceri, director
Charles Mutter, concertino
Lydia Kavina, theremin
Mark Bousie, acordeón
Maida Vale Singers
Christopher Dee, chorus master
Harry Jackson, niño soprano
Danny Elfman, voz “The Nightmare Before Christmas”
Helena Bonham-Carter, voz “The Nightmare Before Christmas”
John Mauceri, voz “The Nightmare Before Christmas”
17-octubre-2013
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