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FIMUCITÉ 6: Crónica Por Miguel Ángel Ordóñez |
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Si lo que define al artista es su obra, parece lógico que a la hora de optar por uno (el músico) u otra (su música) no se cometa el error de dejarse arrastrar por sentimentalismos. Tenerife este año ha llevado su apuesta por la música de cine a un territorio no exento de riesgo. Su envite en esta sexta edición de FIMUCITÉ pasaba por el contenido antes que por el continente. La programación de un concierto dedicado a la figura del compositor norteamericano James Newton Howard, el primero en Europa, parecía esconder un simple razonamiento: de cara a interpretar su música, de trasladarla a un público, ¿no resulta una garantía contar con su conductor habitual, Pete Anthony? En ese orden de cosas, la presencia del compositor hubiera aportado poco más que la aprobación de la propia ejecución, limar las aristas de la interpretación en los ensayos, elementos de suma importancia que parecían ampliamente cubiertos con el director invitado. Con buen criterio la organización decide que en lugar de gastar el presupuesto en traer a la figura y su séquito, la apuesta es hacer volar en primera a su lugarteniente, al brazo derecho que no sólo conoce su obra sino que habitualmente la da forma. Si la decisión garantiza el óptimo resultado del concierto, no cabe duda que minimiza el efecto de los focos, de la repercusión. Condicionados por la crisis, se me ocurren pocos compromisos con el público mayores que ése. Utilizando una fórmula similar y en una nueva vuelta de tuerca, la clausura propone celebrar el centenario de un estudio americano, Universal, comprometiendo la presencia de nombres de lustre capaces de atraer a un público interesado en la alfombra roja. El efecto de estas acciones arroja una serie de incógnitas en busca de respuestas: se sacrifica al fan al tiempo que se premia al aficionado, se evita mostrar un estilo en particular y se opta por ofrecer un amplio recorrido de estéticas y contraestéticas, se apuesta por una idea artística burlando las consecuencias de una política más conservadora. Parece que cuanto mayor es el número de eventos (hace poco se sumó Viena) más se reafirma el compromiso de este Festival con la música, menos interesado se muestra en fajarse Tenerife cuerpo a cuerpo con ellos si no es en ese terreno.
A tenor de los resultados la jugada parece haber sido todo un éxito. Aunque la génesis de esta atípica edición haya sido meramente coyuntural, Tenerife resulta ser la viva imagen de un Festival capaz de subsistir sin las estrellas, comprometido con la causa de las obras. Parte del legado musical más importante de la historia del cine se ha escuchado allí a lo largo de estos últimos años sin necesidad de ninguna figura que enarbole la bandera de la autoría. Este año la respuesta del público ha convertido la edición, en contra de todos los condicionantes previos, en la más exitosa de cuantas celebradas a la fecha. Es imposible desligar de ese éxito a la soberbia Orquesta Sinfónica de Tenerife, el aval y el grial de este Festival. El respeto que ofrecen a cada una de sus interpretaciones dignifica esta disciplina, la desarraiga del ghetto al que habitualmente es despachada por los talibanes de conservatorio. De acuerdo que mucha música de cine no pasa la prueba del algodón. Sujeta a modas y clichés de un negocio que observa la música como medio y no como fin, basta poner un mínimo interés para descubrir un buen puñado de trabajos que han contribuido a pasar por culta la música popular del siglo XX. En estos últimos años, Tenerife ha apostado por separar el grano de la paja en su afán por atraer un público cada vez más adulto, más maduro, como ha pretendido esta edición al reforzar su oferta con la presencia de un seminario a cargo del Berklee College de Boston, escuela que pronto abrirá una sede europea en Valencia.
El concierto dedicado al compositor James Newton Howard se abría con la entrega de los Premios de la Crítica Española que organiza esta página web. El galardonado este año en las dos categorías nacionales a concurso, Mejor Compositor y Mejor Banda Sonora del 2011 (La Piel que Habito), era el compositor donostiarra Alberto Iglesias. Unos días antes del evento Alberto excusaba su presencia debido a un urgente viaje a Estados Unidos para hacerse cargo de un nuevo proyecto cinematográfico. Al margen de dejar grabado un video de agradecimiento los premios eran recogidos por su hijo mayor Jon. Como carta de presentación en Tenerife, Iglesias eligió la suite de “Volver”, otro de sus trabajos a las órdenes de Pedro Almodóvar. Aunque no ha sido la primera vez que tenemos oportunidad de oír una pieza a la que Iglesias guarda especial cariño, resulta importante hacer hincapié en los satisfactorios resultados de la lectura llevada a cabo por Diego Navarro en el Adán Martín, sobre todo si la ponermos en comparación con, por ejemplo, la decepcionante ejecución bajo la batuta de Juan José García Caffi y la Orquesta de la RTVE en el concierto del 25 aniversario de la Academia de Cine. Dirigida por un inspirado y preciso Diego Navarro, la suite de cinco movimientos sonó templada, exuberante y nerviosa, características presentes en una obra de difícil traslación al público debido a su abundancia de detalles. Sin ellos la obra es un traje sin costuras. Para acercarse al universo Iglesias hay que vestir frac, lucir el traje de domingo, lograr traducir lo que su música derrocha: inteligencia y elegancia.
Un curso de dirección de orquesta ofreció Pete Anthony en el concierto homenaje a James Newton Howard, ofreciendo varias piezas sincronizadas con la imágen, una de las apuestas más sólidas de esta edición. Capeó con complejos cambios de ritmo (cortando por lo sano un conato de rebeldía de las percusiones por un lento arranque del tema central de “Dinosaurio”), hizo lucir a los instrumentistas en cada entrada y ataque (la cuerda en “Señales”, el metal en la extraordinariamente difícil ejecución en vivo de la fanfarría de “Grand Canyon”, el chelo en “Mientras Nieva sobre los Cedros”, o el violín primero en la suite “Shyamalan”), insufló poder a un coro que respondió a gran altura, demostrando haber dejado en casa la endémica falta de energía presente en otras ediciones, logrando que los tutti orquestales conectaran con un público entregado en las suites de “Peter Pan” o “El Caballero Oscuro”. Incluso logró ofrecer algún pasaje brillante en los momentos menos atractivos del repertorio: “King Kong”, “Los Juegos del Hambre” o una suite de “Wyatt Earp” que puso a prueba a unos metales ya extenuados en los registros más bajos. Como colofón a su master class, demostró que tampoco es ajeno al mundo de la composición. Su pieza “Darfur”, una perla efectista de aliento étnico y épico para gran masa coral y orquesta, resultó de lo más aplaudido de la noche. No cabe duda que fuimos testigos los allí presentes de un concierto histórico por exigente que tuvo momentos de insólita plasticidad y energía.
La gala de clausura dedicada al centenario de Universal suponía el primer concierto del Festival en el Auditorio no dedicado a la figura de un compositor. El ecléctico elenco de estéticas en estos 100 años de vida del estudio quedó retratado en una noche también para el recuerdo. Tras la recuperación histórica del clásico de “Frankenstein”, con la obertura de Bernard Kaun arreglada para el Festival por William Stromberg, desfilaron por el Adán Martín el resto de monstruos clásicos del estudio de entre los que destacó por la brillantez de los metales la ejecución de los créditos finales del “Drácula” de Williams. Los mejores momentos de la primera mitad del concierto coincidieron con las lecturas de clásicos tan conocidos como “El Cabo del Terror”, de nuevo con el metal a gran altura, “Matar a un Ruiseñor”, con una sensible y acertadísima lectura de Navarro, y el estreno mundial en concierto de los créditos de “Aeropuerto”, una pieza tan kistch como luminosa que hizo retrotraer a la audiencia a tiempos pretéritos, a una forma muy diferente de concebir esta disciplina. Por el escenario se sucedían piezas de impecable factura, partiendo de la carrera por la tierra de “Un Horizonte muy Lejano” y el final de “¿Conoces a Joe Black?”, de una delicadeza epatante, a la rotunda e imponente “Llamaradas” o al colofón final, con los coros a muy buen nivel, en el "Riders of Doom" de “Conan el Bárbaro”, interpretaciones todas ellas que no hacen sino engordar el cada vez más importante y exitoso curriculum de Diego Navarro al frente de la Sinfónica de Tenerife.
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3-agosto-2012
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