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5º Festival de Cracovia: Crónica Por Miguel Ángel Ordóñez |
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Tras los días de vino y rosas vividos por la música de cine a mitad de la década pasada, cuatro festivales parecen querer seguir resistiendo la crisis y el desgaste de una fórmula, la suma de conferencias, coloquios y conciertos, que ha ido conformando el paisaje de la mayoría de ellos a lo largo de este lustro. Dejando de lado la coherencia de la propuesta, los festivales viven del nivel de sus conciertos, son juzgados por ello, se convierten en el termómetro que mide su salud. A partir de ahí se percibe año tras año un mayor énfasis por cuidar la selección concertistica, por ofrecer un aval en forma de solvente orquesta capaz de atraer un público cada vez más adulto, más entendido y exigente.
El Festival de Gante eligió desde un primer momento excluir de su programa las conferencias y ese culto al tótem en forma de interminables sesiones de firmas, al entender que no aportaban plus alguno de calidad a su oferta, más bien una vía de escape para un aficionado interesado en el continente (el ídolo) y no tanto en el contenido (su música). Gante enarbola un “puedo y quiero”. Instalado en la atalaya del poderoso, emplea su fórmula exclusiva de conciertos e invitación a compositores gracias a la holgura del presupuesto. Parece esgrimir la arrogancia y exclusividad del rico, del anfitrión de una fiesta de postín que no repara en gastos.
Por lo visto este año, Cracovia se posiciona en la fórmula del “puedo pero no quiero”. Como Gante, se cobija bajo el paraguas lustroso de un festival de cine del que se retroalimenta. Como aquella también parece que su bolsillo no tiene fondo. Aunque algunos aspectos remiten a una improvisación forzada que podría fácilmente corregirse, pretende hacer de ello una virtud, instalarse en un incipiente amateurismo desde el que sentirse cómodo. Tan pronto despliega el encanto de los billetes como se contrae fruto de los viejos vicios comunistas, tan pronto adereza su gigantesca sede de conciertos como deja al descubierto alguna de sus carencias sonoras.
Aunque las dos citas patrias parten con amplia desventaja económica respecto de los gigantes europeos, sus metas parecen ser cada día más opuestas. Si Tenerife, instalado en una especie de “no puedo pero quiero”, lucha por recabar año tras año el exiguo apoyo económico de los organismos insulares, Úbeda (ahora Córdoba) consigue una pequeña parte del pastel cultural de la localidad con ayudas por debajo de los 100.000 euros. Si Tenerife tiende con cada edición a una programación coherente, presidida por un criterio artístico coronado por una orquesta de relumbrón con la que intenta captar la atención de un público al que, ante todo, respeta en el apartado musical , Úbeda, escudado en la fórmula del “ni puedo ni quiero”, se empeña en complacer a una audiencia de mano abierta con los conciertos e inflexible en el tema de la interactuación con los compositores invitados, ofreciendo un batí burrillo en el que confunde más con mejor, mero enroque de una jugada que deja al rey sin defensas.
Cracovia presentaba en ésta quinta edición un cartel de lujo con conciertos dedicados a dos figuras vitales de la música de nuestro tiempo: las del polaco Wojciech Kilar y el neoyorkino Elliot Goldenthal, uno de los tres compositores más importantes que ha dado el cine en los últimos 30 años. Quizás por ello, la primera propuesta concertística del festival parecía ejercer de mero remiendo: la proyección íntegra de la producción europea “El Perfume” con la interpretación de su música en directo. La experiencia, sin embargo, resultó satisfactoria. Presentado el concierto por los compositores Reinhold Heil y Tom Tykwer, éste último también director de la película, la Sinfonietta Cracovia ralló a buen nivel (contribuyó, sin duda, las facilidades de la escritura) bajo la tutela de una correcta dirección de Ludwig Wicki, muy pendiente de un monitor que sincronizaba las entradas correctas. Al concierto se le echó en falta alma, matices en la interpretación, al tiempo que le sobró grandilocuencia con su aparatoso despliegue de 90 intérpretes y 100 piezas de coro. Sin embargo, en su conjunto funcionó como una muestra de buen gusto bastante alejada del tedio que prometían los 160 minutos de metraje a pelo. Resulta encomiable, a tenor de las dificultades técnicas, el esfuerzo que realiza Cracovia en presentar bajo este formato, película y música en directo, un proyecto cada año. Así pareció aprobarlo también un público que abarrotaba, como lo hizo durante todo el festival, las más de 4.000 localidades de la antigua fábrica de acero utilizada como escenario musical por la organización.
El esperadísimo concierto de Wojciech Kilar a cargo de la National Polish Radio Symphony Orchestra & Chorus a fe que no defraudó. A nadie se le escapa que se trata de una de las mejores orquestas de un país con gran tradición musical. Impecable y cristalina, con un magnífico empaste en las cuerdas centrales y una gran sección de metales (curiosamente, el habitual talón de Aquiles de las orquestas del este), el concierto homenaje al 80 cumpleaños del maestro polaco acusó una gran pulcritud, una perfección consumada, entre otras cosas gracias a la magistral dirección del siempre elegante y sobrio José Maria Florêncio quien exprimió sin aparente esfuerzo todos los matices posibles a orquesta y solistas (la soprano Iwona Hossa y el pianista Marek Szlesser) en una lectura del material más medida y controlada de lo esperado. La primera parte estuvo dedicada a la filmografía polaca del compositor. Se pasaron lista a los temas más recordados de “Balance matrimonial”, “La línea de sombra” o la “La tierra de la gran promesa”, al vals de “Tredowata”, la polonoise de “Pan Tadeusz” y a la marcha y el tema de amor de la obra maestra de este período “La crónica de los eventos amorosos”. La segunda quedó reservada a sus éxitos internacionales. Tras un breve arranque con la pieza “The vampire hunters” compuesta para “Dracula”, el concierto repasó títulos como “Retrato de una dama”, “La muerte y la doncella” (para quien les habla, el highlight del festival), “El pianista”, “La novena puerta” y una amplísima suite de “Dracula”, siete temas de entre los que brillaron una versión inédita para concierto de la persecución hasta el castillo y un potente arreglo coral del “Sanguis vita est”. En su contra, la velada adoleció de demasiadas interrupciones dedicadas a homenajear a un Kilar que mostró durante la primera mitad (desapareció tras el intermedio) una timidez inaudita. Entre otros Jan A.P. Kaczmarek, presente en la sala, resumió la influencia del maestro en los compositores del país. Además, la selección musical dejó a un lado puentes, cadencias y música incidental que permitiera recordarnos la filiación cinematográfica de las creaciones, centrándose en versiones concertistas de los temas principales que Kilar encadenaba sobre sutiles (y minúsculas) variaciones, lo que provocó falta de dinamismo en algunos pasajes.
La clausura estuvo dedicada, por partida doble, a “Alien: una sinfonía biomecánica”, recreación para concierto que integra música de cinco películas de la saga estrenada en Tenerife tres años atrás, y a la figura de Elliot Goldenthal al que se homenajeó durante la gala. Como entonces, Diego Navarro era invitado a dirigirlo mientras su ideólogo, el productor Pedro Mérida, se hallaba presente en la sala. A Diego, con esa habilidad suya para meterse al público en el bolsillo, le costó bien poco convertirse en objetivo de los focos. Desde las notas iniciales desplegó un repertorio de gestos con los embrujó no sólo a la audiencia sino a una Sinfonietta Cracovia que demostró necesitar de doma. A Diego no le hizo falta látigo, lo suyo fue más sutil y efectivo. Desatado, dio vida a la bestia: tembló con los golpes de efecto y se recreó en los giros melódicos de Goldsmith, trasmitió la excitación bélica de Horner, compuso la figura y trazó filigranas en el aire con la intelectual visión (ampliada para la ocasión) de Goldenthal, pero sobre todo, se emocionó y emocionó con una lectura precisa en la que mantuvo el nervio y la energía epidérmica en todo momento. Diego es pasión y arrebato, arte torero con pellizco gitano.
Si los problemas fueron resueltos con nota, la segunda parte del concierto parecía reservar mayores dificultades. Con la asistencia y apoyo de Julie Taymor y la inesperada presencia en la sala del gran maestro polaco Krzysztof Penderecki, el autor del “Threnody para las víctimas de Hiroshima”, Goldenthal presentó una visión de su corta pero intensa carrera cinematográfica en tres largas suites-resumen de sus trabajos para “Entrevista con el vampiro”, “Titus”, su obra favorita, y “Frida”, su único Oscar. Alternando extensos pasajes con cortes diminutos (una edición a la altura hubiera sido lo conveniente), la “Entrevista” sonó precisa e intensa pero evidenció la juventud de sus metales. No es que éstos no estuvieran a la altura, simplemente decidieron coger la calle de en medio en los pasajes más difíciles de la obra. Bien es sabido que Goldenthal es muy exigente en su escritura para bronces, donde multitud de efectos cinemáticos dominan su trabajo. Frente al magnífico vuelo que tomaron algunos de ellos, otros se hicieron inalcanzables, dejaban sin resuello a trompistas y trompetistas. Si algunos stacattos fueron sospechosamente reinterpretados, coro y metales deslumbraron con una sublime ejecución del “Victorius Titus” con el que se abría la larga suite de la segunda obra presentada. Mucho más entonada, la orquesta respondió convincentemente cada ataque interpelado por Navarro cuyo nivel de pasión y entrega no había descendido, a estas alturas, lo más mínimo. Esa pasión no fue suficiente para lograr que “Frida” al completo sonara excelente. Las versiones vocales de “Burn it Blue” y un remix con el prólogo de “Benediction and Dream” y “Alcoba Azul”, fueron lo más destacado y aplaudido del repertorio, mientras algunas piezas, interpretadas por un ensemble de guitarras compuesto por Ernesto Anaya, Pancho Navarro (ambos presentes en la grabación original de la obra) y Camilo Nu, estuvieron fuera de tempo (especialmente la difícil “The Floating Bed”) por mucho que el maestro Navarro se esforzara en reconducir los acelerones y desaceleraciones de Pancho. El problema principal residió en una falta de previsión de la organización que colocó a los solistas donde nunca deberían haber estado. Se movieron por instinto, incapaces de oírse entre ellos, en manos de un Navarro que se dejaba el alma para meterlos en cintura. Por momentos, el milagro pareció obrarse ya que los errores se disfrazaron con oficio y pasaron bastante desapercibidos para el público general. Como postre, el tinerfeño regaló un par de temas de “Batman Forever” que sonaron más rotundos que precisos con el tinerfeño dibujando con buena caligrafía las líneas maestras de la conclusión. No sé ustedes, pero yo pagaría gustoso por ver este concierto con la Sinfónica de Tenerife, formación superior con la que Navarro podría limpiar las asperezas y aristas presentes en una velada de musicalidad inolvidable. Sin duda, una noche mágica que sirvió para reunir un conjunto de piezas antológicas que colmaron de dicha a un público reservado en los intermedios y siempre caluroso en los finales.
Goldenthal asiste a uno de los ensayos de la Sinfonietta Cracovia
Diego y Elliot conversan en un descanso del ensayo
Diego, Elliot y el ensemble mejicano ensayan “The Floating Bed”
Wojciech Kilar en el intermedio de su concierto homenaje
Pedro Mérida y Diego Navarro en el backstage momentos antes del concierto de clausura
Penderecki asiste a la gala de clausura del Festival de Cracovia
De izquierda a derecha: Robert Piaskowski (director del festival), Julie Taymor, Elliot Goldenthal y Krzysztof Penderecki
La orquesta interpreta un pasaje de “Alien: Sinfonía Biomecánica
Diego saluda al finalizar un concierto seguido por 4000 personas
7-junio-2012
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