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FIMUCITÉ 5: Mi Nombre Es Herrmann, B. Herrmann Por Miguel Ángel Ordóñez |
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Cuando el pasado 2 de julio se apagaron las luces del “Adán Martín”, auditorio tinerfeño que Calatrava diseñó como una alianza entre el sonido y las formas, inyectando menos funcionalidad que plasticidad a su propuesta, una reflexión cruzó mi cabeza por un instante: “¿cómo es posible que el oficio del músico cinematográfico se haya equiparado en nuestros día al del sastre que corta y zurce una tela a la medida de un cliente de cartera espléndida pero gustos reprobables?”. En los años 40 y 50, el profesional de la música para cine debía “fichar” cada mañana en una empresa que funcionaba como una precisa cadena de montaje, lo que planteaba, sin duda, cortapisas a la creación artística. Hoy día, sin embargo, los músicos ofrecen sus servicios como autónomos con capacidad para negociar sus contratos en un mercado claramente liberalizado. Resulta que frente a esa pretérita labor empresarial, disponemos ahora de un amplio escaparate en el que todas las “marcas” pretenden, ofertando diferentes olores y colores, llamar la atención de los potenciales compradores, lo que debería redundar en una mayor calidad del producto dada la amplia competencia. Dentro de ese panorama, ¿qué es lo que falla?, ¿es el cliente el que ha marcado el rumbo de una moda en serie, de un mercado prêt-à-porter, donde el músico se ha adaptado a la oferta y demanda viéndose obligado a ofrecer productos del “todo a cien”, o simplemente asistimos a una generación menos talentosa?.
Lo dicho viene al caso porque los festivales dedicados a la música de cine se han convertido, de un tiempo a esta parte, en el último reducto de una actividad que responde a una vieja idea romántica que aúna pragmatismo, excelencia artística y creatividad. Esa al menos parece ser la pretensión del Festival de Música de Cine de Tenerife, FIMUCITÉ, que acaba de apagar las velas del pastel onomástico de su quinto cumpleaños. Con una oferta que la distingue de otros certámenes, Tenerife rinde culto a las propuestas actuales sin perder de vista los modelos de calidad que han conducido a la música de cine a lugares de privilegio dentro de las expresiones musicales del siglo XX. A eso responde no sólo su apuesta educativa (creación de una línea editorial propia que viene a paliar las tremendas lagunas de esta disciplina en lengua castellana, programación de conciertos homenaje que trascienden el simple aliciente de la presencia del compositor, entrega de premios elegidos por un jurado especialista y con criterio, elaboración de coloquios con vocación pedagógica) sino la decidida búsqueda de un espacio musical que sirva de punto de encuentro entre el pasado y el presente, ofertas con las que se dirige a un público que presume adulto, al que trata con gran madurez, lo que es de agradecer.
Desde el 2010, FIMUCITÉ ha dado un definitivo salto hacia delante gracias a su colaboración con una de las orquestas más importantes de este país: la Sinfónica de Tenerife. Sin pretender restar méritos a la Tenerife Film Orchestra (ahí están los cds de Varèse Sarabande para dejar las cosas en su sitio), la Sinfónica ha logrado situar al Festival, en mi humilde opinión, a la cabeza de los certámenes enfocados a la difusión de la música cinematográfica a través de una selecta programación concertista, incluso por encima del más prestigioso de todos, el de Gante. Lo importante en Tenerife no es sólo la música que suena, sino cómo lo hace, el vehículo que la conduce al público. No sólo programa un concierto dedicado a Bernard Herrmann, una de las grandes figuras de la disciplina, ahora que se cumplen los cien años de su nacimiento, sino que se riza el rizo ofreciendo un repertorio sobrio, para entendidos, de difícil ejecución y bastante alejado de concepciones melódicas, haciendo primar la densidad de armonías y orquestaciones, los cambios de tempo, sobre otras consideraciones más populares. Lo increíble es que, además, ese esfuerzo titánico y esa apuesta por el riesgo se ve acompañada por una interpretación de primera categoría. El concierto de clausura de esta última edición de FIMUCITÉ ralló la excelencia y vino a demostrar el soberbio equilibrio entre las diferentes secciones de la orquesta, con unos vientos y percusiones sobresalientes en piezas de asombrosos juegos tímbricos: el “Duel with the Skeletons” de “The 7th Voyage of Simbad”, el descriptivo “The Balloon” de “La Isla Misteriosa” o la suite dedicada a “Ultimátum a la Tierra” donde se pudo disfrutar del uso del theremin en directo.
Mejor, si ello es posible, sonaron el contenido arranque misterioso de “Ciudadano Kane”, tema que encerrado en un susurro alcanza una gran dificultad técnica de ejecución, o ese alarde festivo y turbador propuesto por el fandango de “Con la Muerte en los Talones”. También a gran altura estuvieron los solistas invitados a la gala: la soprano Carmen Acosta ante el rubicón de la famosa aria de “Salaambo”, un pastiche franco oriental compuesto por Herrmann para “Ciudadano Kane” en el que las orquestaciones ahogan a la cantante poniendo al descubierto su fracaso, que resolvió con oficio acortando sus agudísimas notas finales para encontrar el respiro que no consigue la protagonista en el filme; y un luminoso Kike Perdomo como saxo solista en la magnífica suite que glosaba la música de “Taxi Driver”, donde la orquesta alcanzó uno de sus clímax en la recreación de los acordes dudosos que acompañan los recorridos nocturnos del protagonista por las brumosas calles de la ciudad.
El estilo pausado y romántico, de armonías previsibles, del otro homenajeado de la noche, el británico John Barry, ponía la nota de contraste en la gala de clausura. Sus melodías sonaron frágiles y cercanas, pero a la propuesta le faltó aquello que Barry es incapaz de ofrecer: enjundia. Nada que achacar a una magnífica orquesta, dirigida siempre con acierto por Diego Navarro, con esa especial habilidad suya para aunar efectividad y espectáculo, en la que destacaron su trompeta solista con un brillo especial en la ejecución de la suite para “Bailando con Lobos” (dejando a un lado, entre tanto virtuosismo, un excusable error final) y el musculoso acompañamiento de las dos piezas vocales dedicadas a la franquicia del agente secreto más famoso del mundo (las canciones de “Goldfinger” y “Diamantes para la Eternidad”, ambas interpretadas con mucha fuerza y entrega por la cantante Esther Ovejero). Por debajo de la orquesta, el Tenerife Film Choir anduvo discreto a la hora de exaltar los matices tímbricos de “El León en Invierno”, la obra maestra de Barry, que lejos de convertirse en colofón del concierto pasó como una pieza más de repertorio.
Una lástima que sólo alcanzaran el notable, como pudo comprobarse en algunos de los temas corales del concierto del día precedente que congregaba la exquisitez melódica del japonés Shigeru Umebayashi con la fantasía escocesa del incansable Patrick Doyle. El bis, la famosa pieza “Strike Up Pipers”, sonó rítmicamente intachable pero las voces quedaron algo desdibujadas en su juego de contrapuntos, ajenas al cortejo amoroso invocado. Al César lo que es del César, el “Non Nobis Domine” de “Henry V” fue, sin embargo, uno de los momentos estelares de la velada con un coro masculino equilibrado y potente. La orquesta sonó, como no podía ser de otra manera, ejemplar al dar cuenta de un repertorio popular que incluyó una magnífica interpretación de la siempre difícil “creación del monstruo” de “Frankenstein”. Doyle se mostró tan encantado con el virtuosismo de la de Tenerife como su compañero de viaje, el cada vez más occidentalizado Umebayashi. La Sinfónica regaló a éste una clase magistral de interpretación destacando, por encima de otras consideraciones, su concertino en una sentida versión del famoso “Yumeji´s Theme” y del ultra romántico “Lovers” perteneciente a “La Casa de las Dagas Voladoras”, secundado por Javier Paxariño a las flautas étnicas. El concierto, bien equilibrado, contó con piezas en las que el japonés desplegó su discurso minimal (inoportunas las largas versiones escogidas de “2046”) junto a otras florituras orientales apoyadas sobre la escala pentatónica y un lucido muestrario de percusiones exóticas.
A los españoles les tocó lidiar con la joven cantera musical tinerfeña. La Orquesta Profesional del Conservatorio fue la encargada de conducir las piezas ganadoras en los VII Premios de la Crítica organizados por esta página web. Tras una sobria ceremonia en la que fueron entregadas placas a los ganadores, Robert Townson por la edición de “Spartacus” y a los españoles Arnau Bataller (mejor compositor) y Roque Baños (mejor banda sonora por “Balada Triste de Trompeta”), las suites preparadas al efecto de “La Herencia Valdemar” y la obra de Álex de la Iglesia sonaron con desigual resultado en el maravilloso marco del Teatro Guimerá. A Bataller le tocó bailar con la más fea, ya que la ejecución de la difícil suite presentada requería de manos más expertas y de un mayor empaste que no alcanzó a arrancar un académico pero desangrado Julio Castañeda. A su dirección le faltó brío, conseguir que los chavales disfrutaran del evento, suplirles su inexperiencia con una alta dosis de entusiasmo (el público estuvo entregado toda la noche). A él mismo se le vio errático, abrumado por la responsabilidad asumida. Cuando la dirección pasó a manos de Baños en “Balada Triste de Trompeta”, el murciano arrancó de la joven orquesta los mejores momentos de la noche alcanzando minutos plenos de musculatura. Fue la demostración de la buena cantera de músicos con la que cuenta la isla. Irregular sonó la primera parte del concierto dedicada a la obra del francés afincado en Donosti, Pascal Gaigne. El Tenerife Film Ensemble se mostró pulcro y aseado en piezas clásicas del repertorio del compositor como los temas de “Le Cou de la Girafe” y “L´Enfant Debout”, pero pecó de cierta imprecisión y carencia de matices cuando la música demandaba más alma, más pasión, para no caer en los oscuros recovecos de la monotonía. Castañeda, de nuevo, anduvo parapetado en su podio dando la sensación de conocer perfectamente los resortes de las composiciones interpretadas pero olvidando en el back stage su verdadero espíritu, el que convierte la música de Pascal en personal e intransferible.
La inauguración del Festival, en lo tocante a los cuatro “conciertos estrella” preparados por la organización, corrió a cargo del británico Stephen Warbeck, del que se escuchó también una intrascendente suite de “Encontrarás Dragones” en el Guimerá. Éste, ofreció en el Teatro Leal de La Laguna una versión de su repertorio cinematográfico para septeto de cámara: piano y acordeón (Warbeck), clarinete y saxo (Sarah Homer), guitarras (Dario Rosetti-Bonell), chelo (Nick Cooper), contrabajo (Steve Watts), percusión (Rob Millett) y batería (Paul Clarvis). La propuesta resultó original y permitió gozar del virtuosismo de Sarah Homer, quien hizo pasar su clarinete por turco o por un falso klezmer cuando la acción así lo requirió dejando patente su amplitud de registros, y del chelo de Nick Cooper, pero el concierto contó con un desarrollo algo tedioso, no tanto por la restricción colorista sujeta a una formación empleada que sonó con pulcritud y brillantez, como por la inapetente selección musical llevada a cabo por el compositor de “Shakespeare in Love”, por el interés real de algunas de las piezas elegidas. Y es que ¿dónde quedaron temas sugerentes como los de “Love´s Brother” y “Quills”?
Lo que no puede negarse es el sentido del espectáculo y la oferta ecléctica que deparó esta nueva edición de FIMUCITÉ, el esfuerzo de la organización por ofrecer una visión lo más amplia posible de la multitud de vías de acceso y estilos que conviven en la música escrita para el cine. Como Harry Powell, el inquietante Robert Mitchum que en “La Noche del Cazador” tiene marcados sus nudillos con términos antagónicos, la organización de FIMUCITÉ blande orgullosa un espectro de ofertas extremas: formaciones camerísticas vs. grandes masas orquestales, intérpretes consagrados vs entusiasta cantera, música de rabiosa actualidad vs. melodías míticas del pasado. Y es que ¿hay una forma más bonita de mostrar tu amor por algo que difundirlo con objetividad? Tenerife enfrenta al espectador a un cruce de caminos cuyos senderos conducen a una meta tan incierta como ambiciosa: la excelencia.
Material Fotográfico
Warbeck durante su conferencia en la sede cultural de Caja de Canarias
Shigeru Umebayashi contesta una de las preguntas realizadas por el crítico Manuel Díaz Noda durante las actividades paralelas
Presentación del libro “Tócala otra vez, Oscar” en el que ha colaborado esta página web
Castañeda dirige “Azul Oscuro Casi Negro” en el Guimerá
Arnau Bataller recoge el Premio de la Crítica 2010 al mejor compositor español del año
Baños recibe el abrazo de Diego Navarro tras alzarse con el premio de la Crítica al mejor score español 2010 por “Balada Triste de Trompeta”
Roque dirigiendo la Orquesta del Conservatorio en el concierto celebrado en el Guimerá
Saludo final del concierto con Bataller, Gaigne, Baños y Navarro en primer plano
Doyle recibiendo el premio FIMUCITÉ en el auditorio de Tenerife
Kike Perdomo en un momento de la interpretación de la suite de “Taxi Driver”
Momentos finales del aria de “Salaambo” para “Ciudadano Kane”
Los compositores invitados en esta edición: Bataller, Gaigne, Baños, Warbeck, Umebayashi y Doyle
10-julio-2011
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