|
|
|
|
Carta Blanca a Golijov Por Scoremagacine |
|
Concierto I (Sinfónico)
• Youth without Youth (Suite)
• La Pasión según San Marcos – Selección de arias y coros
• Azul, concierto para violonchelo y orquesta
Concierto II (Cámara)
• Yiddishbbuk, para cuarteto de cámara
• Mariel, para violonchelo y marimba
• Patagonia, para acordeón y cuarteto de cuerda
• Tekyah
• Ayre
Concierto III (Sinfónico)
• The Dreams and Prayers of Isaac the Blind
• She Was Here
• Sinfonía Nº 4, en sol mayor (Gustav Mahler)
La fuerte personalidad de su música, llena de aristas y recovecos, plagada de bifurcaciones emocionales, compleja, desafiante, pero siempre plena de expresividad y emoción, convierte a Osvaldo Golijov en un músico a considerar entre lo más granado de su generación, uno de los compositores contemporáneos más importantes, y a buen seguro el más ecléctico, algo de lo que los asistentes a cualquiera de las tres propuestas de su "Carta Blanca" propiciada por la OCNE en su temporada 2010-2011, podemos dar buena fe.
Las obras escogidas para su concierto sinfónico de apertura no pudieron ser más acertadas, con una selección de siete piezas pertenecientes a "Juventud sin juventud", su primer trabajo cinematográfico para Francis Ford Coppola. El carácter terriblemente nostálgico de la composición, sus aires de pérdida y pasión difuminada por el tiempo, así como la subliminalidad de su orquestación, que juega tanto con la querida mezcolanza étnica del músico como con la subyugante interpretación de sus solistas, sirvió de acicate para que Kayhan Kailor al violín persa, Thünde Balbastre al cimbalón y Michael Ward-Bergeman al hiper-acordeón, conjugaran sus fascinantes sonoridades melódicas con una soberbia electrónica integrada a la perfección dentro del discurso, consiguiendo junto a una estupenda Orquesta Nacional, a la que quizás le faltó algo de intensidad ocasional en la cuerda, retrotraer las sensaciones más sutiles y dúctiles de una historia de amor mucho más interesantemente ilustrada por el músico que por el realizador de la cinta que la sugiere.
De su ya famosa y reconocida "La pasión según San Marcos", se ofrecieron seis pasajes, posiblemente poco representativos de la extraordinaria variedad y colorido del conjunto, pero innegablemente acertados en cuanto a mostrar el arrojo de Golijov a la hora de enfrentarse a la reinvención del lenguaje musical dentro del ideario de la propuesta. De este modo el abordaje que se ejecuta sobre Bach resulta especialmente atractivo por todo lo que supone como ejercicio de mestizaje en cuya ejecución destacó el duelo vocal de Biella Da Costa (cantante) y María Hinojosa (soprano), dentro de una obra eminentemente coral cuyos tintes afrocubanos y portentosas secciones polirrítimicas quedaron relegadas frente las exhibiciones del magnífico Coro Nacional. Pero incluso un botón muestrario de tamaña partitura es capaz de dejar anonadado al melómano más exigente, como así ocurrió durante la ejecución de pasajes como "Demos gracias al señor" o el éxtasis final de "Agonía". Una creación abrumadora y revolucionaria, que demuestra que la multiculturalidad y su conjugación poliédrica son, en manos del argentino, herramientas para transformar y mezclar con inventiva y habilidad cualquier idea sonora.
Pero si de genio y asombro se trata, fue "Azul", su concierto para violonchelo y orquesta, la composición cumbre del concierto y posiblemente la obra maestra de Golijov hasta la fecha. Inédita en España y aun por ver edición discográfica, esta pieza aúna retazos estructurales de chacona y passacaglia, convirtiéndose en un viaje iniciático para el impresionante chelo de Alisa Weilerstein, pero siguiendo de cerca su sendero el hiper-acordeón del mencionado Ward-Bergeman, así como los destacados percusionistas Jamey Hadad y Cyro Baptista, cuyas etéreas invocaciones a lo largo de la obra ofrecían un abanico interminable de fascinantes sonoridades y aditamentos que fluían orgánicamente en su diálogo con la voz principal y la orquesta. Viaje de ida y vuelta al cosmos, su inicio cuasi titubeante da paso al asentamiento del chelo sobre su propio recorrido, haciendo su camino al andar como decía el poeta y descubriendo al tiempo que transformando los lugares más maravillosos a los que es capaz de llevar la escritura melódica y polifónica un Golijov expandido y ambicioso, que se regenera a cada nueva línea, con cada nueva nota, hasta alcanzar un clímax superlativo de intensidad incontenible, donde Weilerstein brilló a la altura de los dioses del instrumento. Para algunos de los asistentes, esta obra alcanzó carácter epifánico, pues sentimos entrever durante su ejecución el portal a otro mundo. La más pura y palpable demostración de hasta donde la música puede llegar; a tocar nuestra alma.
“Yiddishbbuk”, obra con la que se aperturaba el segundo concierto en la Sala de Cámara del Auditorio, es una pieza de juventud que aún derrochando fuerza e ideas carece de un necesario hilo conductor que las airee, que les de forma, paciencia. Obra rica en matices, moderna y violenta, un solomillo, a veces, demasiado crudo, su interpretación requiere de pasión y sus ataques de una sincronización que el cuarteto liderado por Miguel Jiménez, primer chelista de la OCNE, y Joan Espina (violín) no supieron imprimirle. La obra resultó fría e inconexa por entradas intempestivas, arpegios deslucidos y una preocupante falta de emoción (lo que comienza a ser una peligrosa seña de identidad en la sección de cuerda de la OCNE), algo que se hizo notar y mucho en un primer movimiento, dedicado por Golijov a tres niños del campo de concentración de Terezin, que dejó al descubierto la falta de ensayos, de acople.
“Mariel”, una pieza de diez minutos para marimba y chelo dedicada por el argentino a la memoria de su amiga Mariel Stubrin, vino al rescate con sus notas suaves y dolorosas, un sencillo adagio con el que Golijov venía a marcar una nueva etapa en su evolución musical hacia posiciones más conservadoras (tan sólo 7 años la separan de “Yiddishbbuk”).
Tras una prescindible obra para acordeón, “Patagonia”, concebida durante el rodaje de “Tetro” por Michael Ward-Bergeman y adaptada para cuarteto de cuerdas por su amigo Golijov, con arreglos que colocan frente al público al instrumento solista sin apenas diálogos de enjundia, el argentino nos regaló una inclasificable pieza para clarinete, hiperacordeón, metales y shofars. Aunque la ejecución distó de la perfección, el esfuerzo encomiable de los intérpretes y el ímpetu del propio Golijov a la dirección dieron un plus humanista y cálido al tema. En “Tekyah”, pieza de sólo cinco minutos compuesta para un documental de la BBC (de nuevo con el exterminio nazi como referente), destacó por encima de cualquier consideración un ponderado y notable Krakauer al clarinete y dejó claro el mestizaje de su autor, su tono ecléctico y su insólita mezcolanza de timbres, por mucho que su exigente final, con los shofars (cuernos de carnero de la liturgia judía) al unísono, pusiera en apuros la sincronía de los bronces escogidos entre los miembros de la OCNE.
La segunda parte del concierto estaba reservada a la figura de Dawn Upshaw, una soprano capaz de combinar tesituras extremas y que, todo sea dicho, estuvo superlativa. El ciclo de canciones folklóricas “Ayre”, once piezas compuestas para ensemble de cámara (incluyendo la mitad de los Perros Andaluces que grabaron para Deutsche) centradas en el medievo español y en su cruce de culturas judaica, árabe y cristiana, sonaron muy desiguales, en gran medida, por la atronadora amplificación que Jeremy Flower tuvo a bien regalarnos, encargándose de añadir esos molestos loops electrónicos con los que Golijov pretende otorgar vigencia (en tanto asimilación y convivencia de esas piezas con el folklore popular actual) a su particular mirada al pasado. Al confundir Flower un campo de futbol con una pequeña sala de conciertos, algunos instrumentos no pudieron más que sucumbir, acallados por la fuerza de las bombas, ante el despliegue de notas sintetizadas que escoltaban temas como el irreverente “Tancas Serradas a Muru” o “Wa Habibi”. Cuando la cosa se tornó más íntima, Upshaw se mostró muy capaz de centrar el foco visual de los asistentes con su particularísima voz y desgranar timbres insólitos a temas como “Nani” o la mejor pieza de la noche, la cálida y atmosférica “Ariadna en su Laberinto”, con la que la soprano logró poner en pie a una sala de cámara a la que de un plumazo Golijov había logrado quitar un buen centenar de años con su fresca propuesta musical.
El último de los tres conciertos dedicados a Osvaldo Golijov ofreció un conjunto de obras heterogéneas que, lejos de resultar arbitrario, escondía una lógica de extraordinaria pertinencia. Invitado no sólo a presentar obras propias sino a elegir aquellas otras que le hayan influido como compositor, Golijov propuso para esta ocasión una excursión estilística que, partiendo de una de sus obras más características, extendía lazos de parentesco hacia el romanticismo de Schubert y el crisol cultural que pelea y bulle en el decadentismo de Mahler.
“The Dreams and Prayers of Isaac the Blind”, compuesta inicialmente para una formación de clarinete solista y cuarteto de cuerda (y así publicada en dos grabaciones hasta la fecha) fue presentada en su versión ampliada a orquesta de cuerdas. Estructurada en tres movimientos con preludio y postludio, la obra es una de las creaciones más personales de Golijov, tal y como se colige de la génesis autobiográfica que el propio compositor detalla con estas palabras: “Recuerdo la imagen de mi bisabuelo, que compartía habitación conmigo cuando yo tenía 7 años. Me levantaba y lo veía a él en la ventana, orando en la primera luz del día. Lo recuerdo siempre rezando, o arreglando cosas, sus bolsillos siempre llenos de tornillos. Y yo pensaba, si tres de sus hijos han muerto, ¿por qué sigue rezando?”.
Rotunda e intensa, la obra se erige como un gran interrogante. Calificada por su autor como una “especie de historia épica del judaísmo”, su mayor virtud consiste quizá en el acertado equilibrio con que bascula entre la representación de un personaje central y las fuerzas anónimas de la multitud: multitud de siglos, de historias, de tragedias, de preguntas sin respuesta, que se agolpan en torno a un clarinete a veces desgarrado, otras perseguido, ora repitiendo liturgias aprendidas, elevando hasta el absurdo la tendencia del hombre a llenar de ruido el silencio, a bailar a los sones de una banda klezmer un presto que nadie sabe qué está festejando, ora deteniéndose en seco para advertir su propio eco, en el infinito de un horizonte que no admite réplicas. El abuelo judío, que continuaba reparando “un mundo roto para siempre, con los bolsillos llenos de tornillos”, queda en el centro de ese horizonte.
La interpretación pudo haber sido más brillante. Nada que objetar al despliegue virtuosista de David Krakauer en los diversos registros que la obra exige, sí en cambio a la orquesta, lenta y apelmazada, que no parecía perseguir los mismos propósitos del solista.
Dedicada al director de cine Anthony Minghella, muerto cuando se hallaba colaborando con Golijov en el libreto de una ópera encargada por el Metropolitan de Nueva York, “She Was Here” es un ejercicio de apropiación musical, la reorquestación de cuatro lieder compuestos por Franz Schubert. Para Golijov, en la obra del romántico se prefiguran muchas de las corrientes musicales que se irían desarrollando en el futuro, “el minimalismo lírico de Glass, la fragilidad e intimidad de Hugo Wolf, la ambigua fragancia de la Viena de Alban Berg, la ironía de Stravinsky y Kurt Weill”. La soprano Dawn Upshaw interpretó las canciones ajena a los juegos orquestales con que Golijov transforma la obra del austríaco, simbolizando ese cordón umbilical que se mantiene inalterable a través de los siglos.
Comúnmente considerada como la más accesible de sus sinfonías, la 4ª de Mahler es una bellísima ballena moribunda que encierra las contradicciones de una época convulsa y desconcertante. Como un Partenón que albergara un polvorín, la obra presenta una fachada tradicional de formas armónicas y estables, pero cobija una corriente sarcástica, crítica, que sugiere la inoperancia de toda pretensión de orden. Su inclusión en el programa, precedida por los lamentos de Isaac el ciego, subrayó el rastro de los ingredientes judaicos que Mahler diseminó por toda su obra, a veces como sinónimo de una alegría vital de estirpe popular, robusta, sin dobleces, otras como chispazos de escepticismo que cuestiona convicciones. Puede considerarse la sinfonía más ingenua de su compositor, sin duda la menos agresiva, la que menos esfuerzos realiza en esconder los trazos de lieder sobre los que se construye.
Slatkin rubricó una interpretación coherente, de una intensidad gradual. Especialmente magnífico fue el cuarto y último movimiento, basado en un poema de la colección “Das Knaben Wunderhorn”, con una Dawn Upshaw cálida, cercana, opuesta a toda lectura académica y preciosista. Su interpretación tuvo mucho de actoral, sacrificando para ello la corrección de un fraseo que ganó en verdad y emoción.
28-marzo-2011
|
|
|
|
© 2005-2024 Copyright. Scoremagacine. |
|
|