Una reflexión con “Un lugar llamado Milagro” de fondo
Superar la barrera de los cinco años demuestra que el afianzamiento del Festival Internacional de Música de Cine Ciudad de Úbeda es un hecho consumado, algo con lo que todo aficionado a este peculiar mundillo debería sentirse contento o, al menos, satisfecho por la posibilidad –empírica– de conocer de primera mano a algunos de los compositores más importantes del panorama y de escucharles en vivo, tanto en conciertos como conferencias. Lograr, además, que un proyecto de considerables dimensiones logísticas, organizativas, económicas y de asistencia de público nacional y extranjero no agote a sus responsables –o, peor aún, se agote a sí mismo– supone un mérito todavía mayor. En este sentido, no puede ser más profunda, sincera y honesta nuestra enhorabuena y nuestro deseo de que vengan muchas más Úbedas con música de cine de fondo –además, la excursión veraniega a la localidad empieza a ser una tradición a punto de convertirse en adicción.
Pero cinco ediciones deberían suponer también cinco oportunidades para aprender y enmendar errores –al menos lagunas dignas de mención– que se siguen sucediendo año tras año y que perduran como ejemplo de la pasión e incombustibilidad de sus arrojados organizadores y, al mismo tiempo, como ejemplo de la falta de pretensiones y la mitomanía reinante; realidades que impiden consecutivamente la depuración –o al menos evolución– de conferencias que de modo formulista repiten la misma exposición en el caso de prácticamente todos los músicos asistentes. Por si fuera poco –y esto ya no es culpa de la organización– las mismas preguntas, laudas y agradecimientos vuelven a sucederse por parte de un público tan entregado a sus ídolos –aun de barro– y a la consecución del autógrafo que, una y otra vez, se desecha la posibilidad de indagar más en las bandas sonoras, en su idiosincrasia, en los vericuetos de una industria tan cambiante como arribista, especialmente cuando el plantel de asistentes aúna nombres consagrados y jóvenes triunfadores. Si se supone que la música es la protagonista invisible del evento, ¿por qué acaba pasando a un segundo plano? La presencia de responsables de diversas discográficas este año ha supuesto, desde luego, todo un paso adelante, pero… ¿acaso no interesan los orquestadores, los ingenieros de sonido, los directores de orquesta?
Fimucité, el Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife, alberga el complemento perfecto a esta dualidad de aproximación que, quizá intencionadamente, separa ambas propuestas hasta el momento, más todavía si se atiende a la programación musical ofrecida este año en la ciudad andaluza, que pasó casi de puntillas cualitativamente hablando en sus propuestas musicales del jueves y el viernes –exceptuando, cómo no, a North y Grusin en el recital-. Harina de otro costal fue el concierto sinfónico del sábado, en especial su segunda parte: posiblemente la mejor selección musical -dedicada a un solo autor, capaz de hacer entender hasta a un sordo que el buen gusto y la buena música pueden conseguirse sin cien músicos, coro y fuegos de artificio– ofrecida en Úbeda hasta la fecha, pese a saltarse, no obstante, todas las reglas de etiqueta y protocolo de concierto con unos estrambóticos –pero bienvenidísimos por el público– “bonus tracks” que ratifican que el haber y el deber van cada uno por su lado en la música de cine jienense. Pecata minuta: bis de “Fiesta” obligaba. Enorme Grusin.
14 de julio. Miércoles de cenizas Saludos a los conocidos, calor de justicia, acreditaciones y un maratón de cortometrajes nocturno para conocer a los jóvenes talentos a los que se convoca cada año para participar en los Premios Jerry Goldsmith. No asoma ningún Herrmann. Ni siquiera un Santaolalla. Es en días como éste cuando realmente uno se harta de repetir lo hermosa que es Úbeda. Sea cual sea el motivo de asistencia al festival, pasear por sus calles, visitar el Hospital de Santiago o perderse por su casco antiguo deberían ser actividades obligatorias.
15 de julio. De ardillas y vampiros Comenzar la apertura oficial del sexto año de Úbeda con una charla de alguien del que no se sabe nada debería verse como un reto, como una apuesta por los jóvenes compositores que luchan por abrirse camino en la industria y, quizá, como la posibilidad de conocer a un músico interesante. Pero lamentablemente, sabedores del escaso público todavía presente a las diez de la mañana de dicho día –el grueso de congresistas suele hacer su aparición el jueves por la tarde–, los organizadores “colaron” al californiano Jamie Christopherson como incómodo relleno. Sobre sus valores como compositor, el tiempo dirá. Poco después, la inauguración y rueda de prensa, como acto de apertura oficial, resultó el típico trámite protocolario en el que se puede omitir por completo cualquier comentario jugoso.
Nada que ver con la presentación de Zacarías Martínez de la Riva, que sorprendentemente acabó siendo la mejor exposición de un compositor en esta edición –en la línea del interesante pero incomprendido “biopic” musical de Antonio Meliveo el pasado año–, donde en un rápido apaño bilingüe el barcelonés desgranó con detalle el proceso de creación que suele emplear en la creación de sus partituras. Si bien el exceso biográfico es un lastre perpetuo para un público inicialmente – algo– especializado en el tema, los datos, los clips, los comentarios y la presentación en general aportaron más información sobre los vericuetos de la profesión que la que sumaron todos los demás asistentes juntos –Zacarías entregó a los asistentes fotocopias con costes y aspectos técnicos de las grabaciones de algunos de sus trabajos. Llamativo y original cuanto menos.
Los agradables –aunque anodinos– excesos sinfónicos de Christopher Lennertz ocuparon la primera charla de la tarde. El compositor de “Disaster Movie”, “Casi 300” o “Alvin y las ardillas” destacó primero su trabajo previo en el campo del videojuego, lo que denotó la curiosa hibridación de los gustos del público –que se entiende aficionado a la música de cine en origen. Muchas veces, la forma seduce infinitamente más que el fondo… La ceremonia de los V Premios Jerry Goldsmith –al menos más formal y mesurada que la sonrojante entrega de los GoldSpirit Awards, afortunadamente ya desaparecidos del cartel– remató la tarde dando paso al primer evento netamente musical de Úbeda 2010.
El “absoluto estreno mundial” de un trabajo tan discreto e inocuo como la partitura del joven Nathan Barr para la estupenda serie de televisión “True Blood” debería dar que pensar para futuras programaciones, más aún contando con la presencia de la imponente voz de Lisbeth Scott para la misma, a la que se podía haber dedicado entera la noche del jueves, incluyendo los pasajes de la serie en los que ella interviene, quizá los únicos salvables del trabajo. En lugar de eso, el evento albergó al completo el desaborido disco editado por Varèse Sarabande –decía un simpático humorista español: “promoción, promoción, promoción”–, una lúgubre y apática sucesión de acordes y escalas de construcción motívica minimalista y apenas entidad ni emoción alguna, donde sólo los arranques de los solistas conseguían insuflar cierta vida a una música, nunca mejor dicho, muerta como un vampiro. Siempre es de agradecer que se programe música en vivo como actividad de un festival dedicado a la música de cine, pero con el plantel de virtuosos con el que se contaba –Pasión Vega, Lisbeth Scott, Dave Grusin.– recurrir al crédito que una serie genera por su calidad intrínseca obviando su calidad musical parece algo traído por los pelos. Y claro, el resultado pasó factura, aunque quienes acudieron al evento en modalidad “chupasangre” no tuvieron que pagarla –¿o sí?.
16 de julio. El ´día G´: Giacchino, Grusin y los muelles de Goon
El primer gran día de conferencias arrancó con un Michael Giacchino tan dispuesto y entregado como de costumbre. Su vídeo de presentación compensó la pompa sinfónica recogida en el montaje del año pasado con la inclusión de piezas más íntimas y delicadas, que a priori cualquiera desecharía de un clip ´promocional´. Pero la jugada fue de lo más resultona –“ya que tenemos la ocasión de presentar a Giacchino dos veces, mostremos dos caras de la moneda y no una sola”–. El campechano músico intentó precisamente esquivar la posibilidad de repetir todo lo dicho y hecho en la anterior edición pasando al público el testigo para formularle preguntas y subiendo al escenario a dos “compinches”, que de un modo distendido e inevitablemente cómico teatralizaron una situación dramática que Giacchino, sentado al piano, intentó acompasar de un modo opuesto al esperable, dibujando la tragedia escenificada con sus típicos acordes recogidos e intimistas al estilo de “Perdidos” –lo intentó pero no lo consiguió, puesto que cada vez que se ponía a tocar el traductor hablaba por encima de su música, chafando todo el sentido de la representación. Aunque pecara de informal, la cosa debió ir por ahí, pues el extenso turno de preguntas de los asistentes derivó, como de costumbre, hacia caminos ya transitados, en los que Giacchino volvía a lamentarse, por ejemplo, de que la Disney no haya editado su premiada partitura para “Up”.
Más apetitosa y sugestiva fue la esperada intervención de Dave Grusin, la merecida estrella rutilante del festival –y no ya por ser el compositor de “Los Goonies”, lo único por lo que algunos congresistas parecían venerarle. Por una vez, los reclinatorios de la capilla del Hospital de Santiago merecían ser utilizados, aunque el fervoroso público ya se encargó, con sus laudas y reverencias, de rendir pleitesía al compositor. Por una vez, el turno de preguntas arrancó con una de las más jugosas: ¿por qué no trabajó con su amigo Sydney Pollack en “Memorias de África”? La respuesta fue sincera y casi compungida: cuando Sydney se lo propuso, él tenía comprometida la grabación de un disco en Sudamérica. Lo triste del asunto es que, al final, ese disco no se hizo. Y fue el propio Grusin quien propuso dos nombres para sustituirle: John Williams y John Barry. El maestro también desveló que la idea de musicar “La tapadera” únicamente a piano fue de Sydney, aunque en la ponencia no confesó lo que sí hizo ´off the record´: que muchos pasajes fueron… ¡improvisados! Cuando la conferencia –también interactiva– llegó a su fin, el público quería más. Pero ya no había mucho más que ofrecer: la presentación del sello Movie Score Media a las 14 h., tras cuatro intensas horas con Giacchino y Grusin, solo podía convencer a un reducto de “muy aficionados”.
La tarde fue perfecta para lanzarse a la ingesta de tapas y cervezas: conferencia –sosita– de Nathan Barr y otra absoluta “primicia mundial”, en este caso la proyección del documental incluido en la caja séxtuple del “Espartaco” de Alex North editado por Varèse Sarabande. “¡Promoción, promoción, promoción!”. Lo cierto es que Robert Townson la necesita: vender 5.000 ejemplares de una edición tan recargada y ampulosa no es tarea fácil, por mucho que la música lo merezca. El aficionado de Úbeda valora más a Randy Edelman que a Alex North. Además, un documental sin imágenes de la película y conformado únicamente a base de entrevistas a compositores sobre la genialidad de North no es el mejor anzuelo para lograr desembolsar 109 dólares más gastos de envío por tener ampliada una banda sonora que todo el mundo debe –o al menos debería– poseer en su gloriosa versión sencilla –la de MCA.
El recital de música cinematográfica y no cinematográfica programado para las 22 h. en el patio del Hospital de Santiago reavivó la jornada e insufló las necesarias dosis musicales, pese a que el cartel fuese sumamente heterogéneo e irregular. Por supuesto que los programas de anteriores ediciones también lo fueron, pero el virtuosismo de Joel McNeely o Bruce Broughton al clarinete resultaba un trámite más llevadero. Eso sí, el arranque fue de lo más sugestivo, con Lisbeth Scott interpretando –al piano y de viva voz– piezas de Alex North que, por desgracia, no se correspondían con el programa de mano. Su versión de la célebre “Unchained Melody” fue turbadora y se necesitaron varias escobillas para recoger las babas de Nathan Barr, su pareja. La música de North –como la de Williams para “Munich”– bien lo merecía, en especial los dos movimientos interpretados de una obra suya concertística de finales de los 40. Pero más tarde, cuando los “incómodos rellenos” –como Jamie Christopherson– se sumaron al evento, la cosa decayó sensiblemente. El propio Randy Edelman, tocando al piano a toda pastilla muchos de sus temas principales para “Mientras dormías”, “Mi primo Vinny” o “MacGyver”, hizo que se entienda mejor lo mucho que ganan –por sus carencias– determinadas músicas cuando son arropadas por una orquesta sinfónica, frente a lo bien poquito que necesitan otras –como las de Dave Grusin– para evidenciar la rotunda calidad de su escritura. Cuando el compositor de “En el estanque dorado” se sentó al piano, los más somnolientos izaron los párpados: su brío ejecutando el “It Might Be You” de “Tootsie” o la célebre “La tapadera” hacía imposible el aburrimiento. Un final adecuado para una velada agridulce, en la que, como en botica, hubo de todo.
Y es que Úbeda se caracteriza por eso: ¿dónde, si no, se podría pasar de la sensualidad de “Los fabulosos Baker Boys” a la búsqueda física de un tesoro en forma de cedés? Mientras unos disfrutaban –sabiamente– del “espíritu del vino” –y no precisamente de la música de “Héroes del silencio”–, el “espíritu de Úbeda” campaba genuinamente a sus anchas entre aquellos que se inscribieron/nos inscribimos a la actividad especial “Los Goonies: El tesoro de los 12 caballeros”, un intrépido, memorable y casi interminable recorrido nocturno por algunos de los monumentos y lugares históricos más bellos de Úbeda cuya singularidad demostró la enorme entrega y predisposición de guías, organizadores y colaboradores ante una extravagancia tan simpática y original. Eso sí, la guasa del evento conllevó un sacrificio físico que, a las 4 de la madrugada, y con los bares de copeo cerrados, se tradujo en la imposibilidad de prolongar la fiesta (¿por qué a los concursantes, en lugar de linternas y mapas, no se les entregó una petaca de orujo de hierbas?). De todos modos, el adelanto al día siguiente de la conferencia de Randy Edelman a las 10 de la mañana –en lugar de las 12, como estaba previsto– parecía un claro indicio para olvidarse de sinagogas subterráneas y echar la persiana. O no…
17 de julio. Úbeda: Un lugar llamado Milagro Transcurrido el “día G”, el sábado se convirtió en el verdadero “día D” del festival, y no porque Randy Edelman lo inaugurara en la primera e intempestiva actividad del día. Puede que las 10 de la mañana parezca, sobre el papel, una hora razonable a la que asistir a un acto de estas características, pero si uno es congresista y se ha atrevido a pisar los muelles de Goon –o bien ha estado esperando a que terminara el juego para degustar las tradicionales cañas de chocolate en los miradores–, está claro que no es el mejor horario para difundir o interesarse por la obra del compositor en cuestión.
El resto del día, y más allá de la presentación de Quartet Records y el sello Tadlow en la panorámica “Representantes de la industria”, solo ofreció la curiosidad de la presentación del libro escrito por Robert Townson sobre la figura de Alex North, que según comentó el propio autor a nuestra pregunta, se trata del mismo que acompaña a la edición de lujo de “Espartaco”… “con alguna nueva aportación”. Titulado “Alex North: Gathering Forces/Un Rebelde en Hollywood”, el libro, publicado en una innecesaria e increíble edición bilingüe, cuenta con la participación de la librería madrileña Ocho y medio, y consiste en una breve biografía del maestro y una serie de comentarios de diversos compositores sobre su figura entresacados de las declaraciones incluidas en el DVD que acompaña a la citada edición, así como el análisis de su ´tracklist´. Todo ello con el apresurado objetivo de llegar a tiempo para su presentación, pues pequeños detalles de la edición denotan la premura de su publicación, como por ejemplo la aparición o desaparición en los agradecimientos presentes en las primeras páginas de unos u otros colaboradores según estemos leyendo la parte en castellano o la escrita originalmente en inglés –caso del italiano Claudio Fuiano.
El concierto sinfónico, previsto su comienzo para las 10 de la noche, tuvo un inicio relativamente puntual y estuvo bastante más comedido en los comentarios que en ocasiones precedentes, aun contando con la aparición del director del festival –el en esta ocasión breve David Doncel– y las habituales palabras del alcalde de Úbeda, Marcelino Sánchez –también presente con un par de hojas de presentación en… ¡el libro de Robert Townson! A continuación, Michael Giacchino abrió el espectáculo protagonizando un supuestamente simpático prólogo con el que pretendió mostrar, ¡con una bufanda enrollada al cuello!, su reconocimiento por la consecución de la Copa del Mundo de Fútbol por parte de la selección española, entregando unos cuantos balones entre el público más infantil de los asistentes. Acto seguido, y sin deshacerse de la bufanda en ningún momento, afrontó su parte del concierto, constituida mayormente por una suite de “La joya de la familia”, un tema de su serie “Perdidos” en clave lírica con coro incluido –al parecer, extraído del polémico episodio final– y una brevísima exposición del tema central de “Up” y de su videojuego “Medal of Honor”. Pese a sus propósitos de mostrar su lado más “emocional”, el compositor solo consiguió pasar sin pena ni gloria –y con desafino en algún solo atribuible a los comienzos del concierto– debido a una discreta selección de las obras interpretadas que, realmente, daba para bastante más –sobre todo teniendo en su repertorio la propia “Up”, a la que, tal y como ocurrió el año pasado con “Ratatouille”, acabó ninguneada ante el protagonismo, en esta ocasión, de la más anodina suite “familiar”. Lástima de ocasión perdida para haber podido escuchar las más proteicas “El mundo de los perdidos” o “Los increíbles”, verdadero punto de inflexión –esta última– y a la que el compositor debe bastante de su crédito actual. Claro, hablamos de partituras mucho más difíciles de ejecutar en vivo –como hubiese sucedido con la inclusión de algún pasaje de acción más rítmico de “Perdidos”.
A continuación, Christopher Lennertz, compositor bastante más conocido por su trabajo con la música de videojuegos que por la cinematográfica, dio buena cuenta de esta fama a través de su misma selección con la inclusión de “Medal of Honor: European Assault”, “Gun” y “Warhawk” frente a “The Comebacks” –un film en clave deportiva sobre el que el propio compositor bromeó acerca de su “invisibilidad”– y su obra más conocida, la parodia “Casi 300”, de gran aparatosidad sinfónica. El resultado fue un claro contraste con la sosegada parte anterior de Giacchino, lo que hizo todavía mucho más excesivos cada uno de los crescendos con los que Lennertz finalizó cada suite, dotándolas de unas redundantes consecuencias a pesar de que el público, gratificado por la “grandiosidad” de dichas partituras, lo agradeció con generosas –e innecesarias– ovaciones.
Llegado el turno del homenaje a Alex North, y tras unas palabras de Robert Townson –al que siempre hay que agradecer su esfuerzo en la edición de incunables al respecto–, la Orquesta Filarmónica de Málaga, bajo la batuta del director titular del concierto, el joven Arturo Díez Boscovich, afrontó por fin las esperadas piezas de “Espartaco”. Pero antes, Boscovich aprovechó la coyuntura para “colar” en el programa su tema principal para un cortometraje reciente, “Fuga”, que bajo su poderosa contundencia parecía esconder un homenaje encubierto a las armonías “williamsianas”, con “Drácula” o el “vals del presidente” de “Memorias de una geisha” como referentes. La breve suite del film de Stanley Kubrick comenzó con un fiel y bien ejecutado pasaje de la partitura, “Forest Meeting”, con el intenso y famoso tema de amor como protagonista. La guitarra y el oboe de amor de los solistas Jesús Sánchez y Nicolás Harcourt, estupendos ambos, insistieron en el mismo desde una óptica más poética si cabe, dando paso al, en este caso, prólogo –“Camp at Night”– de lo que fue uno de los momentos más brillantes del concierto, con la exposición ajustada, briosa en toda su ejecución, del moderno y excelente tema central de la película. Con una percusión demoledora, pero muy bien trabada con la cuerda y los metales de la orquesta, Boscovich y la Filarmónica de Málaga despejaron cualquier atisbo de duda sobre su profesionalidad y su conocimiento del material a interpretar. El final del tema, con su disonante crescendo, consiguió dejar sin aliento a más de un asistente y, desde luego, inyectó más ganas aún de escuchar otras piezas de North, ya fueran de esta grandiosa partitura o de cualquiera salida de su pluma.
No fue así. Randy Edelman subió a continuación para interpretar el tema principal de su interesante partitura para la serie de televisión “Gettysburg”, acometiendo, acto seguido, la suite ingeniosamente titulada “Trilogía del Dragón”, con los temas “Silently Yearning for Centuries” y “A Call to Adventure” de “La momia: La tumba del emperador Dragón”; “The Dragon´s Heartbeat” de “Dragon: La historia de Bruce Lee”; y la esperada “To the Stars/Finale” de “Dragonheart”. La suite sonó bien, pero después del paroxismo alcanzado con la anterior dedicada a “Espartaco” quedó totalmente desdibujada. Tal vez hubiera sido más interesante para el compositor haberse situado en el programa del concierto con anterioridad a aquella, la cual, además, hubiera significado un brillante colofón a esta primera parte.
Después del generoso descanso de casi media hora –agradecido porque permitió abastecerse de líquidos suficientes con los que combatir la noche estival del sur– le tocó el turno a Dave Grusin, quien probablemente protagonizó una de las actuaciones más coherentes y estimulantes de todas las ediciones festivaleras realizadas hasta la fecha. La decisión de dejar toda la segunda parte en manos del veterano compositor no pudo ser más acertada, constituyendo un gran paso adelante –si es que se pretende perseverar en ello– para futuros conciertos. Así, lejos de enfrentarnos con un final del concierto que nos trasladase a la intemperie –y fatiga– de la madrugada nocturna, Grusin en tan solo 45 minutos ofreció, cómo no, un par de temas de “Los Goonies” –a tenor de su presentación, de una significación generacional bastante más que exagerada– y continuó con otros dos temas de la maravillosa y sensible partitura de “En el estanque dorado”, justamente los incluidos en su popular disco “Cinemagic”. El espectáculo continuó con un par de canciones: una –“Tonight”– procedente del álbum en el que Grusin reformula el “West Side Story” de Leonard Bernstein, y la otra –“Makin´ Whoopee”– incluida en su partitura para “Los fabulosos Baker Boys”, ambas interpretadas de un modo palpitante por Pasión Vega, perfectamente congeniada con el compositor aunque víctima de una pequeña broma por parte de Grusin aprovechando este la complicidad entre ambos cuando le incluyó una estrofa de más al terminar la canción de “Los fabulosos Baker Boys”, truncando la entrada de la cantante para finalizar el tema –con fingido, y simpático, enfado de la misma incluido, poniendo los brazos en jarra. El broche final lo puso, tras el lirismo de su reflexiva y evocadora “Se Fue” de “Habana” –que dedicó a la memoria de su amigo Pollack–, una colosal suite de su oscarizada “Un lugar llamado Milagro”, con la ejecución de los mismos cinco temas recogidos en su disco “Migration”. Curiosamente, Grusin demostró tener la percepción de que se trata de una película poco conocida al interrogar al auditorio sobre su visionado. Como era de esperar, su colorido folclórico –mejicano– y su intenso lirismo permitieron que la alegría de “Fiesta” contagiara al público en el apotéosico final del concierto. A lo largo de esta segunda parte, la orquesta funcionó comedida y perfectamente ajustada a los deseos del compositor, fruto, probablemente, de la coherencia de la que hablábamos y de un mayor tiempo, por ello, para ensayar.
Con todo, aún quedaban un par de sorpresas, con las que los organizadores pretendieron culminar el concierto y que, en realidad, no hicieron más que recordarnos la incoherencia del abuso programador de años anteriores. La primera fue ofrecer un bis con el “Theology & Civilization” de “Conan, el bárbaro”, de Basil Poledouris, cuyo paso por el festival en años anteriores ha marcado el mismo hasta el punto de provocar exclamaciones –a modo de vahídos emocionales– entre parte del respetable. La segunda, sin ningún sentido temático en la programación, consistió en ofrecer una potente interpretación de los créditos de “El final de Damien”, de Jerry Goldsmith, con la que al parecer se quiso provocar el mismo sentimiento de entusiasmo que se consiguió en Fimucité el pasado año cuando, al finalizar el concierto dedicado a Goldsmith, esta misma pieza apareció como “bonus track”. El gran trabajo, de nuevo, de Boscovich –así como también del Coro Ziryab y su director, Javier Sáenz-López Buñuel– consiguió salvar, en parte, este despropósito final que debió haberse quedado en algún bis más de Grusin, aunque fuese repitiendo algún pasaje de “Un lugar llamado Milagro” –que no hubiera dudado en firmar el Alex North de “Viva Zapata!”. Como quiera que sea, ello no empañó uno de los mejores conciertos del festival, con una duración más acorde y adecuada –¡por primera vez se logró finalizar antes de la 1 de la madrugada!– que, ojalá, sea el deseable camino futuro de los próximos conciertos a realizar.
18 de julio. El cielo puede esperar El domingo es siempre día de despedidas en Úbeda y, para muchos, día en que iniciar una nueva cuenta atrás para disfrutar del próximo festival. Por la mañana, la habitual y estresante sesión de firmas –frente a la falsa impresión generalizada de los organizadores– volvió a confirmar que no se logra dar con el modo de llevarla a cabo, pues la mayor sujeción a una serie de normas propuestas por la organización para controlar mejor la sesión acabó por provocar no pocos conflictos, que derivaron en el malestar de numerosos congresistas que vieron cómo, pese a haberse inscrito como tales –ingresando el dinero correspondiente–, conseguían una o ninguna de las firmas de los compositores presentes –de las tres permitidas– debido a la descompensación de unos y otros, pues obviamente Edelman, Giacchino y Grusin acaparaban la atención del aficionado, mientras que Robert Townson o Lisbeth Scott apenas tenían “trabajo”. Si a ello unimos los escasos 10 minutos para lograr el máximo de firmas por cabeza, la situación se volvía harto complicada. Estas premuras obligaban casi a cortar maleducadamente la más mínima conversación con compositores presentes, como Fernando Velázquez o Zacarías Martínez de la Riva, si uno quería agenciarse la firma de todos los allí presentes. En definitiva, nuevamente mucho tiempo de espera para los congresistas –con el agobio del calor típico de una mañana jienense– y el mismo trabajo para los compositores, que en poco lograron acortar su sesión de trabajo.
Después de la tradicional “Comida de hermandad” –incluso antes de la misma, debido a los lógicos problemas logísticos– la mayor parte del personal encaminó la vuelta, quedando el concierto de la Banda Municipal de Úbeda y la proyección al aire libre de la homenajeada “Espartaco” como actos más propios para el disfrute del personal local que no otra cosa. Un domingo sin fiesta flamenca que, debido a ello, hizo más cortas unas vacaciones que, con sus aciertos y sus defectos, empiezan a formar parte de las vidas de los aficionados. En el fondo, ¡todos somos Espartaco!
Fotografías cortesía de Julio Rodríguez (http://julio-rodriguez.blogspot.com/)
20-agosto-2010
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