FIMUCITÉ, el Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife, ha vuelto a dejar claro, en esta ya su cuarta edición, que lo suyo pasa por una cuidada oferta concertista que pretende sumar a la calidad de las interpretaciones (la Tenerife Film Orchestra se ha visto sustituida este año por la espléndida Orquesta Sinfónica de Tenerife) la inclusión de algunos de los más deslumbrantes espacios escénicos de la isla (el Teatro Leal de La Laguna o el Auditorio de Tenerife, diseñado por Calatrava). Esa seña de identidad ha convertido a Tenerife en claro referente en la materia, de forma que ha conseguido que su oferta difiera, sin necesidad de abrir estériles debates, de la ofrecida por el otro evento musical de la temporada estival: el de Úbeda. Con objetivos y públicos diferentes, ambos certámenes han demostrado poder ser absolutamente complementarios, convivir en paz, por mucho que la organización de la localidad jienense se empeñe en mirar con recelo cualquier propuesta que considere pone en peligro un supuesto "monopolio" (fueron los primeros en recuperar el formato del extinto Congreso de Valencia, sin programar conciertos en su primera edición) en la producción de este tipo de eventos en España. Mientras en Úbeda existe un desaforado culto al compositor, en Tenerife resulta ser su obra el objeto a divulgar, poniendo especial cuidado en que el producto llegue con el mejor acabado posible al oyente.
1ª Fase: El Aprendiz de Brujo Este año el Festival partía con el hándicap de cubrir la baja, a última hora y por motivos de salud, del carismático Carter Burwell. Uno de platos fuertes del Festival era sustituido en tiempo record (lo que dice mucho de la capacidad de respuesta de la organización) por un concierto con compositores españoles, donde se adecuaba al nuevo contexto la formación orquestal originalmente propuesta, el Tenerife Film Ensemble, compuesto por jóvenes músicos provenientes de la Film Orchestra. Diecisiete cuerdas (5-4-3-3-2), piano, flauta, clarinete y clarinete bajo (con la presencia testimonial de oboe y trompa en la primera parte del concierto) componían la formación camerística ejecutante del programa.
Eva Gancedo pasó de puntillas por el Festival. Si su música se sustenta sobre matices, ella ni pudo, ni supo, trasmitirlos a los músicos encargados de interpretar las tres suites, con material poco idóneo para el lucimiento, elegidas para la ocasión. Dirigida la formación con sobriedad y disciplina por el valenciano José Luis Cebolla, un cierto aire de rutina ocupó el teatro tras la correcta interpretación de “La Mirada de Ouka Lele”, la mejor pieza del repertorio. Ni los temas pertenecientes a la banda sonora de “La Selva” (uno de los trabajos preferidos de la propia Gancedo), que resultaron meramente anecdóticos, ni las suites de “La Reina Isabel en Persona” y “Arderás Conmigo” lograron levantar el ánimo del público, en especial ésta última, obra tan sórdida como elemental, con la que el Ensemble demostró no encontrarse a gusto y regalarnos una sospechosa desafinación.
En cambio, Lucio Godoy propuso un programa mucho más inteligente, con el que supo desplegar todo su encanto personal. Desdramatizando la propuesta, regaló al público asistente anécdotas de cada una de las composiciones elegidas, animándole a participar con palmas durante la interpretación del divertido tema judío perteneciente a la banda sonora de “Cara de Queso”, para justo después regalar un bis insólito (la jazzista “It Might Be You”) donde desplegó, con más entusiasmo que acierto, sus dotes de “cantante”. En la primera parte de su actuación, Lucio (quien dirigió él mismo el Ensemble) había despachado algunos de los temas más básicos de su repertorio, incluidos “Los Girasoles Ciegos” y “Los Lunes al Sol” (sustituyendo, aquí, los sonidos de la melódica original por los del bandoneón), y exprimido adecuadamente a una mucho más entonada formación con su romántica “El Lugar donde Estuvo el Paraíso”. A partir de un programa sencillo pero eficaz, Lucio obtuvo como recompensa la ovación de un público entregadísimo.
Tras el descanso, Carles Cases se encargó de recordar que la música, así, a palo seco, era el auténtico leitmotiv de la velada. Animal escénico por antonomasia, su repertorio provocó la admiración de alguno de los compositores invitados, entre ellos el siempre discreto y encantador Bruno Coulais, y hechizó, con la habilidad de un alquimista, a la audiencia. Parapetado tras el piano, no paró de interpretar, con una entrega encomiable, cada uno de los pasajes del programa propuesto. Así, las tres primeras piezas exhibieron una emoción desgarradora. Tras arrancar con el tema central de “Morir o No”, la bellísima “Aria” de la mejicana “Kilómetro 31” (su obra más contemporánea) y el pegadizo tema central de “Negro Buenos Aires” elevaron la velada a su momento más álgido. Con un repertorio perfectamente balanceado, alternando piezas dinámicas con otras melancólicas, el Ensemble comenzó a dar muestras de cansancio a partir de la sutil “Esbozos en Carbón”, compuesta para la película “Eloïse”, resultando deslucido todo el acompañamiento impresionista a piano a causa de una visible desafinación de las cuerdas, lo que no impidió, a la postre, el éxito rotundo de un concierto que será largamente recordado en La Laguna, como ejemplo de la interesante y atractiva propuesta musical que puede encontrarse en nuestro propio país.
2ª Fase: La Bella y la Bestia El programa de conciertos se trasladó el día siguiente al Auditorio de Tenerife donde, para abrir boca antes del espectacular concierto de clausura, se ofrecía una oferta musical tan opuesta como sugerente: la delicadeza tímbrica de Bruno Coulais frente a la afectada grandilocuencia de Bear McCreary. El francés, fiel a sus orígenes, presentaba un repertorio centrado en sus más famosos documentales (se le entregó un premio patrocinado por The Climate Project Spain, filial hispana de la fundación contra el cambio climático creada por Al Gore), lo que impidió, por qué no decirlo, conocer algunos de los numerosos registros de este (a veces) genial compositor. Su concierto fue de más a menos, no por culpa de un entusiasta Diego Navarro en la dirección de la Sinfónica de Tenerife, sino por lo desigual del programa presentado. La suite de “Microcosmos”, un trabajo de escucha ardua y complicada para el gran público, sonó “de muerte” y Diego supo poner de relieve, lo que no es nada fácil, la múltiple riqueza de matices ocultos en la composición, con una orquesta rayando, siempre, a gran altura. Al tema central perteneciente a la banda de sonido del filme “Himalaya” se le echó en falta, más allá de lo inevitable, las voces y la percusión tibetanas, mientras la larga suite de una de sus últimas obras, “Oceans”, sonó convencional, a pesar de los esfuerzos de la orquesta y su director. Y es que cuanto más se aleja Coulais de sus ejercicios de estilo tímbricos, menos interesante resulta su propuesta.
El éxito de Bear McCreary es, sin duda, un caso digno de estudio. Vaya por delante que, personalmente, su música me trasmite pocas sensaciones positivas. Melodías fáciles con predominancia de esa atmósfera étnica que ha resultado tan perniciosa para la música de cine, legión de orquestadores para ocultar la trivialidad de la composición, sencillas armonías que quedan al descubierto cuando se lleva a cabo una simple reducción a piano, son algunas de las características que acompañan a este joven compositor especializado en el cine de terror y la ciencia ficción, aunque y eso cabe decirlo en su descargo, buena parte de aquellas constituyen rasgos artísticos adaptables a la mayoría de los compositores americanos de su generación. Así las cosas, Bear había elegido Tenerife para la presentación mundial de su “Battlestar Galactica Symphony”, una suite sinfónica de una hora de duración con los temas más importantes escritos para su composición televisiva. La formación requerida dejaba clara su desmedida ambición: la Orquesta Sinfónica de Tenerife ampliada con un arsenal de percusionistas, el Tenerife Film Choir y una banda compuesta por los solistas Raya Yarbrough (voz), Brendan McCreary (guitarras y voz), Steve Bartek (guitarra eléctrica), Paul Catwright (violín eléctrico), Chris Bleth (flautas étnicas) y MB Gordy (percusión étnica y taiko drums), compartieron espacio en el escenario.
Hay que reconocer que la insólita propuesta obtuvo un premio arrollador, gracias en buena parte (al menos no se me ocurre otra excusa mejor), al tipo de público que acudió en masa al concierto (fans de la serie y espectadores con cierta predisposición hacia la música ligera). A pesar de no compartir gusto musical con McCreary, debo reconocer que ver a Steve Bartek, el orquestador de Elfman, marcarse unos riffs de guitarra ya valía, por si solo, el precio de la entrada (otro de los grandes aciertos de la organización, siempre asequibles). La rotundidad con la que sonaron cortes como “Prelude to War” o “Apocalypse”, donde la batería de percusiones acabó por devorar (literalmente) a la orquesta, consiguieron su objetivo, enardecer a la audiencia, mientras otras ofertas aún más iconoclastas, como la rockera “Wander My Friends”, dejaban a las claras que, despojada de su kilo de decibelios, la composición resultaba anodina. Lo que no puede negarse es que McCreary vino a hacer ruido y a fe que lo consiguió. Poco puede criticarse a un programa que, por otro lado, resultó un sano ejercicio de banalización respecto de la música que uno espera oír en una sala de conciertos, un modo tan válido como cualquier otro de acercar la música sinfónica al público en general. El espectáculo, impregnado de ese enfático gusto americano por lo colosal, resultó entretenido y singular.
3ª Fase: Sueño de una Noche de Verano La jornada de clausura se cerraba con el esperadísimo concierto homenaje a los maestros Alex North y John Williams. FIMUCITÉ dedicó al maestro de Chester la primera parte del concierto, incluyendo cuatro suites centradas en algunas de sus partituras nominadas al Oscar. Aunque el número de piezas elegidas supo a poco (no cabe duda que programar a North en este tipo de certámenes supone todo un ejercicio de valentía), la sensación final es que ni la Orquesta ni la dirección de Diego Navarro alcanzaron la excelencia que cabía esperar, ya que no lograron acoplarse del todo a una obra de difícil ejecución. Los ritmos sincopados de arranque de piezas como “Viva Zapata!” y “Un Tranvía Llamado Deseo” sonaron un tanto sucios y errados de tempo, para ir consiguiendo, a lo largo del desarrollo de las piezas, momentos de mayor mérito. Por otro lado, “Floozie” (“La Rosa Tatuada”) sonó convincentemente sensual, “Affirmation” (“Un Tranvía Llamado Deseo”) superó todas las expectativas y el “Main Title” de “Espartaco” tuvo una ejecución sencillamente magistral. Sin embargo, el famoso “Love Theme” perteneciente a la cinta de Kubrick anduvo escaso de pasión, y el estreno mundial de “Tango para Arecia”, exquisita variación realizada por el propio Navarro a partir del tema de amor, para piano, contrabajo, violín y bandoneón, sonó brillante pese al conato de nerviosismo de su violín solista.
Cuando el homenaje le tocó a John Williams el rumbo de la noche cambió definitivamente. Tras una alocución grabada con el maestro donde deseaba toda la suerte del mundo a Navarro y la Orquesta (una segunda tuvo lugar con la entrega del premio a su carrera, y ahí Williams se mostró especialmente cariñoso y cómplice con el Festival), el concierto arrancaba con el “Flight to Neverland” de “Hook”. La simple entrada de los metales sirvió de presagio sobre las enormes virtudes que vendría a ofrecer un concierto que no puede por menos que calificarse de histórico. Como un enorme desfile de “greatest hits”, se fueron desgranando a lo largo de la noche los temas centrales de “Encuentros en la Tercera Fase”, “En Busca del Arca Perdida”, “Tiburón”, “E.T.” o “Superman”, todos ellos con una perfecta ejecución a cargo de la Sinfónica de Tenerife, en especial cuando el turno le tocó al “Dry Your Tears, Afrika” (“Amistad”) que contó para la ocasión con el complemento del Coro Infantil de las Escuelas de Música de las localidades de Adeje y Granadilla. En otras piezas, como “La Lista de Schindler”, a pesar de su pulcra ejecución técnica, se echó en falta un efecto más dramático en la interpretación del primer violín, quien, sin embargo, sí pudo resarcirse cumpliendo sobradamente en su dúo con el chelo en “A Prayer for Peace” (“Munich”).
Mención aparte merece la dirección de Diego Navarro. Se notó la profunda complicidad del director con la obra de Williams, de la que demostró tener un dominio apabullante. A pesar de que en ciertos círculos decimonónicos pueda criticársele su tendencia gestual, muy al contrario, su apasionada dirección resultó ser uno de los grandes aciertos del concierto. Su conexión con el público, absoluta; su labor, casi didáctica. Correcto en la lectura de cada una de las piezas, derrochó creatividad en el anticipo de las entradas de las diferentes secciones y coreografió, con ímpetu, la acción que requería algunos de los pasajes. Sin duda, Diego y la Sinfónica de Tenerife dignificaron a los directores y orquestas del país, regalando una de esas interpretaciones que deberá figurar, desde ya y con letras de oro, entre las más grandes realizadas sobre una obra escrita para cine en suelo patrio, poniendo perfecto broche a un Festival que, al margen de contar con un equipo humano preocupado por el mínimo detalle, demostró en todo momento su irrenunciable compromiso con la música.
Material Fotográfico
Diego Navarro al frente de la Sinfónica de Tenerife durante un pasaje de “Oceans”
Hasta seis solistas desplazó McCreary como apoyo a su “Battlestar Galactica Symphony”
Diego Navarro y Bear McCreary saludan al final del concierto
Bear McCreary saluda tras el éxito de la presentación mundial de su obra
Lucio ensaya con la orquesta horas antes del concierto en el Leal
Cases, durante alguno de los momentos del ensayo general
Gran éxito de público en el concierto celebrado por Gancedo, Godoy y Cases
Lucio cuenta una anécdota al público antes de volver a dirigir una pieza
Una instantánea justo antes de iniciarse el homenaje a Alex North
La “Obertura” de “Espartaco” fue, sin duda, la pieza que mejor sonó en la primera parte del concierto
Impresionante todo el diseño gráfico proyectado como acompañamiento a cada una de las piezas de Williams
John Williams saluda a la audiencia en uno de sus mensajes grabados
La suite de “E.T.” fue brillantemente interpretada, como el resto del repertorio, por la Sinfónica de Tenerife
24-julio-2010
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