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Úbeda y Tenerife: Navidades en Julio |
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ÚBEDA: WHERE THE DREAMS ARE BORN
Hay gente que sueña con acertar una quiniela de fútbol, viajar en crucero por el Mediterráneo o pasar una noche con Laetitia Casta. Otros lo hacen con la música de Michael Giacchino, Philippe Rombi o Sergio de la Puente. Los sueños no entienden de lógica, pero sí de esa fascinación personal que arrastra a quienes los experimentan a sumergirse en la búsqueda de ese objeto de deseo que, en mágicas ocasiones, cuando se encuentra el lugar donde nacen los sueños, se convierte en realidad. Da igual que se trate de una hipoteca pagada gracias a una repentina herencia o de la banda sonora de “NO-DO” autografiada por el mismísimo Alfons Conde. Como decía Calderón, “los sueños, sueños son”, y si hay que atravesar caminos de olivos repletos de historia para acariciarlos, para hallar la esplendorosa Tierra de Oz, bienvenido sea ese insignificante trámite cuyas baldosas amarillas, además de permitirle soñar a cualquiera, le transportan a unas benditas vacaciones anuales donde lo mejor, contra todo pronóstico, no se encuentra en conciertos (tan bienintencionados como irregulares), conferencias (demasiado estériles y sujetas al tópico) o galas de premios (dignas herederas de la tradición del sainete), sino en piscinas, noches etílicas y sesiones de alpargatas de jamón.
Después de cinco ediciones, el Festival Internacional de Música de Cine Ciudad de Úbeda puede sentirse extremadamente orgulloso de haber alcanzado muchas metas a base de entusiasmo y dedicación altruista (algunas de ellas impensables en un contexto más académico y profesional). Pero ese fervor incondicional del aficionado, del que organiza un evento con el frenesí y el apasionamiento “amateur” propio de cualquier congresista, estanca el producto en un callejón sin salida en el que, o se participa de lleno en el frikismo circundante (y Úbeda pasa a entenderse como esas merecidas vacaciones en las que reencontrarse con las amistades y disfrutar del sol y la comida), o se cae en las inevitables dudas que asaltarían hasta al menos sobrio de los clientes del Mono Sabio: ¿por qué, tras cinco años de rodaje y experiencia vital, no se opta por un festival más serio y contundente?; ¿por qué, bajo la recurrente expresión “¡es el espíritu de Úbeda!”, tienden a camuflarse y autojustificarse todas sus carencias organizativas?; ¿qué debe pasar por la cabeza de Bruce Broughton, Basil Poledouris o Michael Giacchino en una gala de los GoldSpirit Awards?
Qué duda cabe que la organización del festival, desgraciadamente, no dispone de la infraestructura y los recursos necesarios para estabilizar y engrandecer el evento como se merece, pero sí goza (en calidad y cantidad) del talento, la inventiva y la energía suficientes para dar un paso de gigante y convertir este inofensivo encuentro anual de aficionados y compositores en un referente mucho más internacional (y potente) de lo que ya empieza a ser. Posiblemente, si así sucediera, se perdería el impagable encanto de contemplar a Christopher Young bailando el brikidance con una máscara de “Hellraiser” y gafas de sol; pasar en un concierto de la música de “Agnes of God” a la voz de Santiago Segura en “Torrente 2: Misión en Marbella”; o ver a Michael Giacchino grabando un vídeo para J. J. Abrams incluso durante su ponencia (es la única manera de que le crean cuando llegue a casa). Pero si el “espíritu de Úbeda” es lo que hace soñar a decenas de congresistas y a los propios introductores de las conferencias, aunque haya que soportar 365 días de larga y aciaga existencia, nada mejor que remitirse a las sabias palabras de Anton Ego, el crítico de “Ratatouille”, para rendirse ante tres elocuentes verdades: 1) que “el mundo es hostil para los nuevos talentos y las nuevas creaciones”; 2) que “lo nuevo necesita amigos”; y 3) que “a la hora de la verdad, cualquier producto mediocre tiene, probablemente, más sentido que la crítica en la que lo tachamos de basura”.
TENERIFE: WHERE DIEGO NAVARRO GOES ON
No existe, por el momento, un “espíritu de Tenerife” que pueda compararse con el del festival que le precede, pero salta a la vista que Fimucité, que este año ha alcanzado su tercera edición bajo la tutela del compositor y director de orquesta Diego Navarro, empieza a apuntar maneras y a “ubedizarse” en algunos aspectos en busca de ese aficionado a las bandas sonoras que todavía no se ha atrevido a empalmar ambos eventos. Y es lógico, porque la cita anual con Úbeda conlleva un gasto (económico) y un desgaste (físico) que no todo el mundo puede prolongar, especialmente en temporada alta tinerfeña. En otras fechas y con un plantel de invitados diferente al que ya ha desfilado por la península, el Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife empezaría a coger el cuerpo y la forma que necesita para perpetuarse y convertirse en un acontecimiento similar (o no) a Úbeda. Diego Navarro goza de la profesionalidad y los recursos necesarios para conseguirlo, pero David Doncel tiene en el bolsillo lo esencial: el público aficionado.
Fimucité, de momento, tampoco puede aspirar a más: el plato fuerte del festival se centra en los conciertos del viernes y el sábado, y no dispone de un star system que ofrezca cercanía y colegueo con los compositores, algo evidente en las breves y espontáneas conferencias a las que sólo asisten un pequeño reducto de aficionados y algunos estudiantes que buscan convalidar créditos (a los que el nombre de Kaczmarek debe sonar a dictador de república bananera). Fimucité se toma infinitamente más en serio el asunto (con proyecciones de películas de los compositores y conciertos de un exquisito nivel), pero carece de aficionados con los que compartir esa solvencia organizativa, cosa que, por ahora, no le ha llevado a plantearse esa interacción lúdica del músico con el aficionado que tanto se agradece (ciertamente) en Úbeda. Por el momento, sólo dos cosas aproximan Tenerife a la ciudad jienense: un vídeo proyectado durante el concierto del sábado en el que los vigilantes del Auditorio de Tenerife hacían frente, en clave de humor, a un “alien” infiltrado en el recinto, y la improvisada (e innecesaria) entrega de premios (esbozo de lo que prometen ser, el año que viene, los GoldSpirit tinerfeños) que Diego Navarro y su esposa se sacaron de la manga en pleno concierto para honrar a los compositores de este año (y a sus viudas, caso de la inquietantemente siempre sonriente Carol Goldsmith).
Nada de eso, sin embargo, pudo empañar la extraordinaria calidad de la Tenerife Film Orchestra & Choir dirigida por Diego Navarro y Mark Snow (éste en sustitución de Joel McNeely, que enfermó días atrás en Úbeda). Posiblemente, el programa del viernes, con músicas de John Ottman, Kaczmarek y el propio Snow, no estuviera a la altura de lo programado el sábado (suites de todas las películas de la saga “Alien” y de la obra de Jerry Goldsmith), pero contando con semejante orquesta (que nada tiene que envidiar a la de RTVE), con el torrente de energía de Diego Navarro (aparentemente sobreactuado, pero modélico en su compendio de técnica y pasión) y con un sonido magníficamente amplificado (que suplió las carencias del auditorio de Calatrava intensificando las cuerdas) sería casi imposible no disfrutar de cualquier programa. Especialmente si, al día siguiente, es Jerry Goldsmith quien acapara la función junto a algún highlight de la saga “Alien”, como los temas de James Horner y Elliot Goldenthal para “Aliens” y “Alien 3”, respectivamente. No sería exagerado afirmar que todo el “Alien” de Goldsmith sonó prácticamente igual que el disco de Silva Screen. Incluso las partes dirigidas por Mark Snow (menos potentes que las de Navarro) fueron de un nivel excepcional, en particular una completa suite de “Gremlins”. El propio Navarro remató la faena con el mejor epílogo imaginable: una apabullante suite de “The Omen” y dos bonus-tracks con los que nadie contaba (los impecables “main titles” de “Total Recall” y “The Final Conflict”).
Mucho cambiarían las cosas (y muchos prejuicios caerían por su propio peso) si la Tenerife Film Orchestra & Choir actuara en Úbeda bajo la batuta de Diego Navarro o cientos de congresistas se desplazaran hasta Santa Cruz con el mismo sentimiento de fiesta y vacaciones que campa a sus anchas en la ciudad jienense. Tenerife se inundaría de los mejores (y más felices) congresistas y Úbeda tendría los mejores (y más enérgicos) conciertos de música de cine. Puede que, en estos momentos, las cosas parezcan estar al revés y que, a falta del resurgimiento de otras opciones, el aficionado tenga que decidir entre “soñar con los compositores” y “soñar con la mejor música en directo”. Pero existe, al menos, esa capacidad de decisión. Con sus virtudes y sus defectos, sus alpargatas de jamón y sus papas con mojo picón, ojalá que el Festival Internacional de Música de Cine Ciudad de Úbeda y el Festival Internacional de Música de Cine de Tenerife, como cualquier otro festival que se sume a la causa, disfruten de esa larga vida (y evolución) que necesitan para que el aficionado a las bandas sonoras en España pueda sentirse (si es que no se siente desde hace ya algunos años) el más afortunado del mundo.
4-agosto-2009
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